La flora canaria echa raíces en Teguise en honor al botánico Wildpret
Pejeverde
La Villa de Teguise se vistió de memoria, ciencia y emoción este pasado viernes para rendir homenaje al botánico y naturalista Wolfredo Wildpret de la Torre. Bajo la mirada suave del sol de marzo, entre palmas, miradas agradecidas y una brisa que parecía susurrar nombres de plantas endémicas, el Cabildo de Lanzarote, a través del Área de la Reserva de la Biosfera, inauguró el primer jardín público de flora canaria en la isla. Un gesto simbólico pero profundo, cargado de significados que enraízan en la historia de una vida dedicada a la defensa del patrimonio natural.
En la Plaza Camilo José Cela, ese nuevo espacio verde, regado con especies autóctonas y con una placa conmemorativa, fue la puerta de entrada a un homenaje que respiraba admiración sincera. No solo por la altura científica de Wildpret —catedrático emérito de Biología de la Universidad de La Laguna, referente ambiental e intelectual durante décadas— sino también por la huella emocional que ha dejado entre generaciones de investigadores, estudiantes y defensores del medio ambiente.
El consejero Samuel Martín fue el primer custodio de esa emoción: “Rendimos homenaje a un hombre cuya pasión por la botánica ha dejado una huella imborrable en Canarias”, declaró. Y en esa frase, como en el jardín recién plantado, germinó la idea de que el legado de Wildpret no solo es académico: es también ético y emocional.
A su alrededor, una constelación de voces y abrazos: científicos, académicos, autoridades, exalumnos, artistas. Desde el director del Jardín de Aclimatación de La Orotava, Alfredo Reyes, hasta la representante de la Fundación César Manrique, Idoya Cabrera, todos dibujaron el mismo retrato coral: el de un sabio comprometido, crítico, generoso. Uno que, como el tajinaste rojo que le fue entregado en forma de escultura por la artista Rut Cavero, florece en el cruce entre ciencia y belleza.
Wolfredo escuchó. Y lloró. “Probablemente es uno de los momentos más difíciles de mi vida… Me parece que estoy en otro mundo”, confesó, visiblemente emocionado. Recordó con ternura sus vínculos con Lanzarote, sus pasos por las cumbres de Famara —visitadas de nuevo esa misma mañana—, y celebró el trabajo colectivo que mantiene viva la esperanza de una restauración ecológica real.
El acto —cuya segunda parte se celebró en el Convento de Santo Domingo, con intervenciones, música y vídeos— fue, en efecto, otra forma de plantar futuro. Porque cada reconocimiento, cada lágrima y cada testimonio fue también una semilla. La semilla de una idea que Wildpret siempre defendió: que cuidar de la naturaleza es una manera de cuidar de nosotros mismos.
Al final, entre palabras de afecto y el sonido leve de unas notas musicales, no era solo un botánico el que era homenajeado. Era una forma de mirar la vida. Una que sabe que cada flor endémica, cada tajinaste, cada jardín, es también un acto de resistencia frente al olvido.