Azoteas fértiles: la nueva frontera ecológica del Ayuntamiento de Arrecife
Pejeverde
La Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento capitalino, bajo la batuta de Davinia Déniz, ha puesto en marcha una iniciativa que, más que verde, es profundamente transformadora. Se trata de una serie de talleres para crear huertos urbanos en las alturas y aprender el arte del vermicompostaje. Porque sí, hasta las lombrices tienen ahora su lugar en la política municipal.
La propuesta se enmarca en los actos por el Día Mundial de la Madre Tierra, que se celebra cada 22 de abril, pero lejos de limitarse a una jornada simbólica, se extenderá durante todo el mes. Del 4 al 30 de abril, diferentes asociaciones, ONG´s y colectivos de mayores de Arrecife se convertirán en semilleros de conciencia ecológica. Los talleres, siempre de 16:30 a 19:00 horas, prometen más que lecciones de jardinería: ofrecerán un cambio de perspectiva sobre cómo vivir y convivir con el entorno, incluso en un entorno urbano.
Déniz, que se ha convertido en una de las voces más activas en la promoción de prácticas sostenibles en la isla, quiere que los ciudadanos aprendan no solo a plantar lechugas o tomates en macetas, sino también a transformar residuos orgánicos en abono natural, gracias al vermicompostaje. Una práctica que suena a ciencia ficción pero que es tan antigua como efectiva: lombrices que se alimentan de restos orgánicos y devuelven a la tierra nutrientes que de otro modo acabarían en la basura.
El mensaje que subyace en esta iniciativa es claro: no se necesita una finca para cultivar, ni grandes espacios para producir alimentos. Basta con voluntad, conocimiento y un rincón al sol. El Ayuntamiento, con el respaldo del alcalde Yonathan de León, apuesta así por una sostenibilidad tangible, que toca tierra (o azotea) y promueve el autoconsumo, el reciclaje y una nueva forma de habitar la ciudad.
Esta apuesta no solo reverdece los tejados de Arrecife, sino también la relación entre sus habitantes y su entorno. En tiempos en los que el cambio climático ya no es una amenaza lejana, sino una realidad cotidiana, el gesto de plantar una semilla adquiere un valor simbólico inmenso.
Y quién sabe, tal vez el futuro de Arrecife esté en esas azoteas. En esos pequeños jardines suspendidos entre el cielo y el asfalto. En esas manos que, en lugar de hacer scroll en el móvil, siembran, riegan, recogen y compostan. En definitiva, cuidan.