lunes, 21 abril 2025

Un audio incendiario: Astrid en el altar, Jacobo y Jonathan en la hoguera

Foto. Canal 4. EL GRILLO

Elpejeverde

Decía alguien importante que “nada es más dañino para la verdad que un exceso de confianza en las propias opiniones”. En la política, esta premisa se aplica con frecuencia, pero cuando el locutor cae en la misma trampa, el daño es doble. Lo sucedido recientemente en un medio de comunicación en Tenerife, con el comunicador Gonzalo, es un ejemplo perfecto de cómo el entusiasmo descontrolado puede llevar a convertir el análisis político en un espectáculo personal.

Durante su intervención, Gonzalo no se limitó a describir la crisis interna del PP en Lanzarote. No. Optó por un relato en el que Jacobo Medina y Jonathan de León fueron presentados poco menos que como una versión conejera de Jesús Gil, en contraste con una Astrid Pérez que, según su narrador, es la única adulta en la habitación.

El problema no es la defensa de Pérez—cada uno tiene derecho a sus filias políticas—sino la forma en que lo hace: con una sobreactuación propia de un monólogo humorístico, alargando cada S con una teatralidad digna de un villano de zarzuela y lanzando afirmaciones que, si se sometieran a una prueba mínima de rigor, se desmoronarían con el primer soplido.

Entre Jesús Gil y los mozos de almacén

El momento cumbre del espectáculo llegó cuando Gonzalo, con su dicción impecable y su tono engolado, dejó caer una perla que merecería estar en los anales del periodismo espectáculo:

"Si no fuera por la política, Jacobo Medina y Jonathan de León no servirían ni para presidir una comunidad de vecinos en Yaiza. Como mucho, podrían aspirar a ser mozos de almacén, con todos los respetos para los mozos de almacén”.

Curiosa manera de analizar la política. Porque, al parecer, en este relato las opciones son dos: o se es un líder visionario como Astrid Pérez, o no se vale ni para apilar cajas en un supermercado. No hay término medio. No hay espacio para matices. Solo una dicotomía entre los iluminados y los inútiles.

Y aquí es donde Gonzalo, con su impecable pronunciación y su dicción de locutor de documentales, no solo cae en el error del maniqueísmo político, sino que deja entrever un clasismo involuntario: ¿desde cuándo ser mozo de almacén es un insulto? ¿Desde cuándo un trabajo honrado es la medida del fracaso de un político?

Las "S" del espectáculo y la sobreactuación mediática

Pero más allá del contenido, lo que elevó esta intervención a la categoría de esperpento fue su forma. El exceso de dramatismo, el tono de voz impostado, la exageración calculada, y sobre todo, esas S alargadas que convertían cada frase en una escena de teatro radiofónico.

Porque si hay algo que distingue a Gonzalo es su manera de hablar. No es que diga cosas más brillantes o argumentadas que otros comunicadores, no. Es que las dice con ese tono de señor que siempre tiene razón, con esa cadencia que parece diseñada para que cada palabra suene como una revelación bíblica.

Y es aquí donde el discurso deja de ser análisis para convertirse en pura performance. En su afán por defender a Astrid Pérez—cosa legítima—termina por ridiculizar su propia argumentación. Porque si el objetivo era fortalecer la imagen de la presidenta insular del PP, la estrategia ha sido un desastre: en lugar de reforzar su liderazgo, ha dejado en el aire una pregunta incómoda: ¿Por qué necesita Astrid una defensa tan exagerada?

Un audio que recorre Lanzarote como la pólvora

Lo cierto es que este audio, que nosotros hemos pasado a limpio, circula sin freno por los partidos políticos de Lanzarote. A algunos les hace gracia; a otros, ninguna. Como suele pasar en política, cada quien lo interpreta según su prisma, aunque lo innegable es que la pieza ha conseguido lo que su autor pretendía: que se hable del tema.

En todo caso, quien sale peor parada de este episodio no es el comunicador —que hace su trabajo con su estilo particular— sino Astrid Pérez, cuya imagen ha quedado atrapada en una defensa tan encendida que termina siendo contraproducente. A veces, el exceso de pasión en la retórica juega en contra del mensaje.

Quizá, si Astrid quiere reforzar su liderazgo, debería buscar otros canales, otros tonos, otras formas de hacer valer su experiencia política sin necesidad de discursos apoteósicos que la presentan como la única adulta en una guardería. Porque la política, como la vida, no necesita tanto espectáculo.

Al final, la vida nos entretiene con estas cosas, y por eso las escribimos. Que no se ofenda nadie, por favor.

 

 

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