Por sus vecinas y vecinos, no queda otra… Es tiempo de rebelión de los Ayuntamientos (I)
Apenas han pasado cien días y el mundo, nuestro mundo, ha quedado patas arriba. A estas alturas, nadie sensato se atreve a pronosticar cómo será nuestra vida, incluso, en los próximos meses.
Todas nuestras certezas y expectativas, la mayor parte de nuestros planes personales, familiares o colectivos de tan sólo unas semanas atrás, han saltado por los aires. Esta parte del mundo llamado ‘desarrollado’, ‘occidental’…, que galopaba sin freno en un modelo de crecimiento cada día más cuestionado por peligroso, quedó parado -y noqueado- de la noche a la mañana.
Viene -estamos ya en ella- una etapa de muchas incertidumbres. Y, porque la soga se rompe siempre por el lado más débil, está siendo -y lo que vendrá…- un tiempo de mucho sufrimiento para los y las más frágiles. Tanta gente que estaba ‘escapando malamente’ va a poner nombre a ese, por ejemplo, casi cuarenta por ciento de personas desempleadas que, en Canarias, apuntan pronósticos recientes para el momento posterior al final de los ERTE, a la vuelta de la esquina en el tiempo.
Piénsese, sobre todo, en islas como Lanzarote o Fuerteventura, altamente dependientes de la actividad turística, con un porcentaje significativo de sus poblaciones llegado en las últimas décadas a la llamada del empleo que se ha creado en hoteles, restaurantes, tiendas, transportes… Personas sin redes de apoyo familiar en este territorio, viviendo de alquiler o pagando una hipoteca que seguramente se extiende por toda su previsible vida laboral, sin siquiera un trozo de tierra en las proximidades de su casa con el que ayudar a sus economías familiares con algo de agricultura de autoconsumo… Para unos y para otros, para todas y todos, vienen momentos complicados.
Esas familias van a tocar -ya lo vienen haciendo muchas de ellas- a las puertas de las instituciones. Y siempre, siempre, a las mismas puertas: las de su Ayuntamiento. Es lo lógico. Porque así está organizado y porque lo dicta el sentido común. Es la administración de proximidad, la más cercana.
Vienen años de cambiar todas las prioridades para centrar esfuerzos en las políticas sociales. Para organizar bien y dedicar bastante y buen personal a la atención a las personas y las familias que necesitan apoyo para tener lo imprescindible en sus despensas y neveras. Para modificar presupuestos -ya se está haciendo-, olvidarse de grandes programas e inversiones por unos años y ampliar partidas de gasto social. Para activar programas de empleo que permitan a mucha gente ganarse un dinero que llevar a casa, a la vez que refuerzan servicios públicos y actualizan o amplían su formación para mejorar sus posibilidades de volver al mercado de trabajo normalizado…
Este tiempo, que no va a durar dos días y que ya está aquí, es tiempo de los Ayuntamientos. Para las demás instituciones, momento de volcarse en ellos. Y, cuanto más, mejor.
Pero nadie regala nada. Ni siquiera en este contexto de crisis. Pasarán los meses, se seguirá regresando, como se pueda, a la ‘nueva normalidad’, cada quien volverá a centrarse en su día a día… y las oficinas o las agendas de cita previa de las y los profesionales de los Ayuntamientos seguirán estando a tope.
Es, por tanto y sobre todo, momento de Alcaldesas y Alcaldes. En primer lugar, para asegurar recursos.
Van a seguir recibiendo, periódicamente, apoyo económico de su Gobierno autonómico y, en el caso de Canarias, de cada Cabildo. Pero ni será suficiente ni debe ser ése el principal sustento para hacer frente a la que ya tienen encima. Porque, además, la experiencia y la autonomía municipal les exigen planificar, desde el rigor que debe asegurar el presupuesto propio, su estabilidad, su suficiencia para hacer frente a las obligaciones ineludibles del día a día (sobre todo, pagar a su personal y los gastos corrientes imprescindibles para ‘abrir la puerta’ y garantizar la prestación de los servicios básicos) y, en situaciones como la presente, poder dedicar recursos a las ayudas sociales y los programas de empleo.
No arranca en mala situación la inmensa mayor parte de los Ayuntamientos, particularmente en Canarias. Y menos mal que, salvo excepciones, los coge este momento sin endeudamiento. Porque, de la noche a la mañana, se ha caído la recaudación de los impuestos indirectos de los que se nutre buena parte de los presupuestos públicos y, por tanto, también los municipales; unos más, otros menos, la práctica totalidad de los Ayuntamientos han tomado -y más que tendrán que tomar- medidas, cuando menos, de aplazamiento del cobro de impuestos propios para aflojar un poquito la soga que tienen al cuello las familias y las pequeñas empresas de sus municipios; siguen sin dejarlos endeudarse; el dinero con el que podrían incrementar el presupuesto de cada año, procedente de lo no gastado en el año anterior (los ‘remanentes de tesorería’) no acaban de estar a su libre disposición; no les dejan incrementar el presupuesto anual en términos de equilibrio financiero (es decir: gastar lo que tienen), sino en el porcentaje que cada año decide el Ministerio de Hacienda…
… Y hasta tuvieron amenazados sus ahorros por el Gobierno del Estado, que intentó quedarse con los millones de euros no gastados que son de las vecinas y los vecinos -porque son de sus Ayuntamientos- para hacer frente a su propia deuda (la del Estado, ésa que van a pagar las siguientes generaciones) y a los compromisos que se siguen incrementando cada martes de Consejo de Ministros.
Blanco y en botella: o se rebela ya el municipalismo, o no sólo nadie va a hacer el más mínimo caso a la más cercana representación y defensa de la ciudadanía, sino que tampoco van a tener en las manos -porque no las tienen ahora mismo- las herramientas con las que defender a su gente.
Ya han asomado los dientes, contando con la imprescindible complicidad de Gobiernos como el Canario y los Cabildos, y parece que el Gobierno del Estado empieza a aflojar. Pero no pueden confiarse. O se dejan oír alto, claro y hasta conseguir que les quiten la mano de encima -esa mano que, todavía, les impide gastar lo que tienen-, o no tardaremos en tener noticias de Corporaciones que no podrán pagar ni la nómina.
Con sus más y sus menos, han demostrado los Ayuntamientos y quienes los dirigen que, cuando vienen mal dadas, pasan a segundo plano los intereses y estrategias de los partidos y surge una sola voz que exige lo que, en resumidas cuentas, es simple y llano interés de la población a la que se defiende y para la que se gestiona. En particular en estas Islas, está acreditada una tradición municipalista que, en torno a la Federación Canaria de Municipios, ha ido consiguiendo respeto para los Ayuntamientos y avances que, a pesar de lo que queda por andar, han hecho más fuertes a estas instituciones y más eficaz su capacidad de respuesta.
La dificultad no es poca. Pero la hoja de ruta no parece especialmente complicada de trazar. Yendo al grano, bastaría con que se devolviera a la racionalidad una normativa absurda. Que se eliminen trabas que no tienen sentido ni consiguen objetivo alguno. Que se devuelva capacidad de decisión a quienes han sido elegidos por la población. Capacidad para movilizar al servicio de la gente el dinero que les obligan a congelar y, cuando resulte inevitable, endeudarse en cifras que su propia capacidad de ingresos les permita devolver.
Es, está siendo, un primer reto de los Municipios. Pero tienen más…