miércoles, 05 noviembre 2025

Corujo ampara a Torres en nombre de la verdad; la mentira persiste: ¿importa o no importa, señora Corujo?

S.Calleja

"La verdad importa. Así, sin anestesia. Pero ¿importa siempre o solo cuando conviene al eslogan de turno? María Dolores Corujo lo elevó a principio moral en un artículo de opinión y, sin embargo, defiende a quien ha cruzado líneas que en democracia no se cruzan. Porque si de verdad “la verdad importa”, lo primero es no mentir sobre lo esencial: quién es quién y qué se hizo desde el poder.

La contradicción está a la vista. Ángel Víctor Torres afirmó que no conocía a Víctor de Aldama. No fue un lapsus. Fue una negación tajante. Y, sin embargo, existen grabaciones policiales que sitúan a ambos en una reunión de restaurante. ¿Cómo se llama negar un encuentro que está documentado? No es un matiz. Es el derrumbe del pilar básico de cualquier defensa: la credibilidad. Si comienzas falseando la relación con el intermediario clave, todo lo demás se tambalea.

Corujo protesta: “no hay indicios delictivos”. Bien. Aceptémoslo como punto de partida. Pero la política no es un tribunal penal. La responsabilidad política se activa antes, con estándares más exigentes, precisamente para proteger la integridad de las instituciones. Y es que las actuaciones documentadas importan por sí mismas: presionar a una funcionaria con lenguaje grosero para levantar reparos, prometer a Koldo García que se “vencerá la resistencia” del propio equipo para pagar “sin verificaciones”, y priorizar un contrato concreto —el de Soluciones de Gestión SL— por delante de otros. Eso no es eficiencia. Eso es favoritismo. Y el favoritismo es la antítesis del principio de igualdad de trato ante la Administración.

Vayamos, paso a paso, a los hechos acreditados. Primero, la intervención para agilizar el pago a la empresa vinculada a Aldama. No hubo simple seguimiento administrativo; hubo prisa dirigida, atajos, prioridad. Segundo, la promesa de sortear controles internos: cuando un responsable político promete que “se hará sin verificaciones”, no está acelerando, está desarmando el mecanismo que evita errores y abusos. Tercero, la presión verbal a la funcionaria encargada del trámite. No es una anécdota lingüística: es un intento de someter la legalidad a la voluntad. Cuarto, el uso de Koldo como intermediario para ganar influencia con el Gobierno central y con José Luis Ábalos, con agradecimientos explícitos por “la implicación personal” para que corriera el pago. ¿De verdad esto es normalidad administrativa?

Frente a todo ello, la defensa de Torres se ha centrado en negar lo que no está probado: sobornos, apartamentos, mujeres explotadas. Nadie debe cargar con delitos que no constan. Pero ese es precisamente el truco: responder a lo que no se acredita para eludir lo que sí. La verdad, la que importa, no es la ausencia de pagar a camellos gramos de coca o esconderse en un pisito en Atocha con chicas vaporosas; es la presencia de una intervención impropia que torció el procedimiento, presionó a quien no debía ser presionada y trató con privilegio un contrato por encima del resto.

La política democrática exige otra vara de medir. Quien falta a la verdad sobre sus relaciones, quien viola la equidad administrativa y quien presume —aunque sea en la sombra— de poder desactivar controles, no puede sostenerse en el cargo a golpe de “no hay delito”. Además, conviene recordar algo elemental: el respeto a las formas es el fondo de la democracia. Las verificaciones existen para que no haga falta la épica judicial después.

Así que, volvamos al principio. “La verdad importa”. Importa cuando se habla del adversario y, sobre todo, cuando toca mirar al propio lado. Si Corujo y su partido creen lo que proclaman, la consecuencia es clara: exigir la dimisión de Ángel Víctor Torres por razones políticas y éticas. No por una condena inexistente, sino por hechos acreditados que vulneran el estándar mínimo de decencia institucional. Lo contrario —pedir perdón a los acusadores mientras se ignora lo que está documentado— convierte la verdad en un recurso retórico. Un instrumento de combate, no un compromiso. Y la democracia se resiente cada vez que aceptamos esa trampa. Porque sí: la verdad importa. Y hoy, si importa, obliga."

 

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