El consejero número 13
S.Calleja
Hay jugadas que parecen sumar, pero solo multiplican el desconcierto. La incorporación de Armando Santana al Gobierno del Cabildo de Lanzarote no es un golpe de efecto, es un movimiento desesperado. Oswaldo Betancort lo sabe. Y lo ejecuta como quien mete una tabla más en la barandilla de un puente colgante que chirría a cada paso.
Lo que está a punto de consumarse —y ya no es hipótesis: Santana lo ha confirmado y lo anunciará el martes tras el pleno— no es la ampliación de una mayoría, sino el reconocimiento explícito de que esa mayoría estaba podrida. El Gobierno insular tenía 12 consejeros, el mínimo para sostener la arquitectura del poder sin que se viniera abajo con la primera corriente. Pero la salud política del PP es tan precaria que cualquier ausencia, discrepancia o golpe de tos podía desangrar al gabinete. Por eso entra Armando, con cuatro áreas bajo el brazo —Comercio y Bienestar Animal, entre ellas— y el discurso prefabricado de quien “no quiere ser salvavidas de nadie” mientras le lanzan el flotador presidencial desde la cubierta.
La maniobra es quirúrgica. Al darle entrada a Santana antes del siguiente corte interno, Oswaldo desactiva a Jacobo Medina. Porque sí, todavía quedaba algo que quitarle. Ya sin Vicepresidencia ni Secretaría General del PP, Medina conservaba Obras Públicas, un hueso tentador. Astrid Pérez tenía la guillotina preparada. Pero ahora, con Santana sumado al Gobierno, la amenaza de una ruptura se diluye. Jacobo podrá revirarse, pero ya no es peligroso. Oswaldo le ha vaciado la pistola.
Se vende la operación como un gesto de altura institucional: un independiente que se suma al equipo por el bien común. Pero nadie ignora que Santana lleva meses de flirteo con los sectores más inquietos del PP. Y que su incorporación —ahora sí oficial— no llega como respuesta a una urgencia de gestión, sino a una descomposición interna que ya se huele en los plenos, en los pasillos y en los mentideros.
Lo que debía ser un gobierno sólido, disciplinado y funcional, es hoy una tabla de surf en la orilla de Famara. Suben, bajan, se giran, se hunden. La entrada de Santana no va a parar ese oleaje. Apenas permitirá evitar que se ahoguen los que más ruido hacen. La escena política de Lanzarote ha alcanzado una madurez putrefacta: pactos sin coherencia, líderes sin autoridad y partidos sin alma. Ya no se trata de gestionar la isla, sino de mantenerse en pie sin vomitar encima del electorado.
Armando Santana dice que no le gusta “lo que está sucediendo en las administraciones”. Pero lo va a encabezar. Y además con cuatro carteras que hasta ayer gestionaban otros. Nadie ha explicado aún a la ciudadanía qué se gana exactamente con esto. ¿Qué aporta Santana que no aportaba la anterior distribución? ¿Qué propuestas distintas, qué prioridades nuevas, qué visión alternativa va a defender? Spoiler: ninguna. Lo que se ha negociado no es una línea de gobierno, sino una póliza de seguros.
Armando será el consejero número 13. En las películas de terror, es el que muere primero. En Lanzarote, quizás no muera nadie, pero todos arrastran cadáveres. El del proyecto común, por ejemplo. El de la dignidad política. El del respeto al votante. Aquí no gobierna una mayoría: se sostiene un equilibrista. Y debajo no hay red.