¿Será la prohibición del plomo el principio del fin para la caza con escopeta en Lanzarote?
S.Calleja
Hay decisiones que parecen hechas para salvar al medio ambiente. Y otras que, de tanto protegerlo, amenazan con redibujar tradiciones centenarias. La posible prohibición total del plomo en la caza dentro de la Unión Europea se encuentra en ese cruce de caminos donde la sostenibilidad ambiental y la actividad cinegética se miran de reojo, preguntándose si podrán convivir o si, por el contrario, una terminará por desplazar a la otra.
En Lanzarote, donde la caza con escopeta sigue formando parte del paisaje rural, la cuestión no es menor. ¿Qué pasará si finalmente Bruselas aprueba el veto definitivo al plomo? ¿Estamos ante el principio del fin de la caza tal como la conocemos en la isla? ¿O simplemente frente a una transición necesaria, aunque incómoda?
Los argumentos sobre la mesa son claros y contrastados. Por un lado, las autoridades sanitarias y medioambientales coinciden en los riesgos que supone la dispersión de plomo en los ecosistemas. Estudios avalados por organismos como la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA) han documentado su impacto: aves que ingieren perdigones al confundirlos con alimento, intoxicaciones que suben por la cadena trófica, contaminación de suelos y agua. De ahí que la prohibición en humedales ya sea una realidad, y que ahora se estudie extenderla a cualquier entorno, incluido el terrestre.
Por otro lado, están las cuestiones prácticas. ¿Existen alternativas viables al plomo? Sí: acero, bismuto, tungsteno… pero no todas son igual de accesibles, ni económicas, ni adaptables a las armas tradicionales que muchos cazadores siguen utilizando en Lanzarote. Cambiar de munición, y en algunos casos de escopeta, supone una inversión que no todos podrán asumir. Y no menos importante: las características balísticas de cada material obligan a modificar hábitos y técnicas de disparo, algo que no se ajusta de la noche a la mañana.
En este contexto, no faltan quienes ven en la posible prohibición un obstáculo para la continuidad de la caza menor en islas como Lanzarote. Sobre todo porque aquí, con una densidad limitada de cazadores y un mercado pequeño, los costes y la logística para abastecerse de munición alternativa podrían ser mayores que en otros lugares. Pero tampoco se puede obviar que hay precedentes, dentro y fuera de Europa, donde la caza ha seguido adelante tras dejar atrás el plomo, adaptándose paulatinamente a los nuevos materiales y normativas.
Otro elemento clave en el debate insular es el papel que desempeña la caza como herramienta de control poblacional. En Lanzarote, la presión cinegética ayuda a contener las poblaciones de conejos y perdices, especies que, sin depredadores naturales significativos, podrían multiplicarse sin freno con efectos negativos sobre cultivos y vegetación autóctona. Si disminuye notablemente la actividad cinegética, la administración tendría que plantearse alternativas para evitar el descontrol faunístico. Y esas alternativas, desde capturas masivas hasta tratamientos biológicos o químicos, no siempre resultan más eficaces, ni menos costosas, ni menos invasivas.
A la vez, conviene señalar que la reducción de la caza también podría rebajar las molestias sobre especies protegidas que comparten territorio con la actividad cinegética. En zonas sensibles, menos presencia humana y menos disparos podrían favorecer la tranquilidad de aves en periodo reproductor, como ocurre con la hubara canaria o el corredor sahariano.
Más allá de las posturas enfrentadas, lo que se plantea con la prohibición del plomo no es el cierre inmediato de la caza con escopeta, sino un cambio de modelo. Un tránsito hacia prácticas menos contaminantes que implican, inevitablemente, un reajuste técnico, económico y cultural.
En Lanzarote, ese tránsito puede ser más complejo por las singularidades propias de una isla: menor oferta de materiales, mayor dependencia exterior para el suministro de cartuchos alternativos, y un colectivo cinegético que, aunque comprometido, no es masivo. Pero complejidad no es sinónimo de imposibilidad. Con la información adecuada, apoyos institucionales y un periodo de adaptación razonable, el cambio es técnicamente viable.
La verdadera pregunta es si se darán esas condiciones. Si la normativa europea se aplicará con sensibilidad hacia territorios insulares como este, o si, como tantas veces, se impondrá un calendario rígido sin tener en cuenta las particularidades locales.
Porque, más allá del plomo, lo que está en juego no es solo una munición. Es el equilibrio entre tradición y sostenibilidad. Entre la conservación del medio ambiente y el mantenimiento de una actividad que, bien regulada, también forma parte de ese mismo entorno que queremos proteger.
Nota del autor:
Yo, Sergio Calleja, no soy cazador, ni partidario de la caza. No me gusta. No la practico. Pero no escribo para defender filias ni fobias personales, ni para maquillar la realidad con prejuicios. Escribo desde los datos, desde los hechos que hay sobre la mesa, y con la intención de entender —y explicar— cómo decisiones tomadas en despachos de Bruselas pueden alterar realidades locales tan concretas como la de Lanzarote. Porque, más allá de lo que a uno le guste o le deje de gustar, aquí lo que toca es hablar claro de lo que pasa. Y, sobre todo, de lo que podría pasar.