El polvo sahariano en Lanzarote: más calima, más radiactividad, menos certezas
Foto. Elpejeverde.com
S. Calleja
La calima es como ese visitante pesado que nunca avisa, se cuela por todas partes y lo ensucia todo. En Lanzarote, lo sabemos bien. Aquí no es una postal exótica ni un fenómeno curioso para turistas despistados. Es una constante que, en los últimos años, ha ido ganando terreno, enturbiando el aire, tiñendo el cielo de un naranja apocalíptico y forzándonos a convivir con un polvo fino que se mete en los pulmones y los días.
Lo de marzo de 2022 fue la confirmación de que la calima no solo ha venido para quedarse, sino que lo hace con más fuerza y con sorpresas desagradables. Durante días, el aire en toda España se volvió denso e irrespirable, una gran nube de polvo sahariano que cruzó Europa, obligando a sacar mascarillas y cerrar ventanas. Lo que nadie sospechaba es que, en esas partículas, además de arena y sedimentos, había rastros de radiactividad.
Cuando el polvo del Sáhara trae el legado nuclear de la Guerra Fría
El hallazgo lo publicó recientemente El Confidencial, citando un estudio en Science Advances: los científicos analizaron muestras de la calima de 2022 y descubrieron que contenía plutonio y cesio radiactivos. ¿De dónde venían? No, no de las pruebas nucleares francesas en Argelia, como se pensó en un principio, sino de las detonaciones atómicas de la URSS y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.
No hay motivo para el pánico, dicen los expertos. No hay riesgo para la salud, aseguran. Los niveles son insignificantes, inferiores incluso a los de la radiactividad natural en alimentos. Pero la cuestión es otra: ¿cuánto sabemos realmente del aire que respiramos? ¿Cuántas veces nos hemos tragado partículas de antiguas bombas nucleares sin que nadie nos lo haya dicho?
Más calima, más problemas: lo que viene
Los episodios de calima se han intensificado en Canarias en los últimos años. En Lanzarote, en particular, se han vuelto más frecuentes y más largos. Solo entre 2020 y 2022 se registraron seis eventos "fuera de norma", según la AEMET. Los sensores de calidad del aire, diseñados para soportar hasta 1.000 microgramos por metro cúbico de partículas, se saturaron. No podían medir más porque nunca antes se había previsto tal concentración.
La ciencia apunta a varios factores. El desierto del Sáhara sigue avanzando, impulsado por la deforestación y el cambio climático. El incremento de tormentas de arena en África está generando nubes de polvo más densas y persistentes, que llegan cada vez más lejos. Y lo que antes era un problema esporádico, ahora es una realidad recurrente.
En Lanzarote, esto no es solo una molestia visual. La calima agrava problemas respiratorios, afecta al turismo, ensucia el agua de lluvia que recogemos en aljibes y reduce la visibilidad en carreteras y aeropuertos. Nos acostumbramos, sí. Pero, ¿deberíamos?
Lo que no nos dicen: ¿quién vigila el aire que respiramos?
A pesar de que la calima es ya un problema estructural en Canarias, el control sobre lo que contiene sigue siendo insuficiente. No hay estudios periódicos que midan con precisión los elementos en suspensión en el aire durante estos episodios. Dependemos de investigaciones puntuales, de científicos que, como en 2022, aprovechan fenómenos extremos para analizar qué nos cae del cielo.
Mientras tanto, los lanzaroteños seguimos mirando al horizonte cuando el aire se tiñe de ocre. Ya no es solo arena lo que nos trae el viento. Y el problema no es lo que sabemos, sino todo lo que todavía no nos han contado.