Se apaga la pluma que retrató Arrecife sin florituras ni olvidos
Pejeverde
Algunos hombres escriben para la posteridad; otros, como Antonio Lorenzo Martín, escriben para que la posteridad no se pierda un detalle. A los 92 años, el cronista oficial de Arrecife y expresidente del Cabildo ha cerrado la libreta definitiva, esa donde iba anotando con letra menuda historias de barrio, fortines enterrados y discusiones de madrugada en los primeros plenos democráticos.
Nacido en 1932 en San Bartolomé, Lorenzo creció a medio camino entre las salinas y la modesta capital de entonces. A falta de bibliotecas públicas, frecuentaba los archivos parroquiales, convencido de que cada anotación marginal valía tanto como una novela. Esa obsesión por el dato exacto lo acompañó toda la vida y terminó por convertirlo —ya en 2010— en cronista oficial de Arrecife.
Licenciado en Derecho, se estrenó en las urnas con la UCD y, contra pronóstico, ganó la presidencia del Cabildo (1979-1983). Le tocó gobernar una isla “que estaba por hacer”, repetía. Ni populismo ni grandes frases, pero una gestión tenaz: dejó encarrilado el Hospital General, peleó por el primer Plan Insular de Carreteras y abrió el Cabildo a la sociedad civil cuando esa frase todavía no era eslogan.
Antes de la política fue Delegado Insular de Excavaciones Arqueológicas, labor que lo llevó a rastrear el Rubicón junto a Elías Serra. Allí, pico en mano, entendió que el subsuelo guarda discusiones tan feroces como los plenos. Ese respeto por la huella antigua marcó su escritura posterior: nada de épica hueca; hechos, fechas y voces de carne y hueso.
Quienes lo conocieron de cerca cuentan que necesitaba la pintura para equilibrar tanta minucia histórica. Con acuarela o óleo, expuso en las principales salas de la isla, siempre paisajes de costa humilde o viejas casas terreras. Pintar, decía, “es otra forma de tomar apuntes”.
A espaldas del salón familiar, entre cajas de cartón y carpetas verdes, dormían 1 500 textos: pregones, charlas, artículos, apuntes sobre un antepasado emigrante a Uruguay llamado Maximiliano Martín. Nunca presumió del acervo; sólo le preocupaba que ese material sobreviviera a la humedad y a los traslados.
La familia confirma que Antonio se fue “sin ruido, como vivió”. Queda pendiente la localización exacta de su biblioteca —y la pregunta de quién la custodiará—, pero su obra más visible ya circula: la trilogía Historia menuda de Arrecife. Si alguien quiere entender cómo era la ciudad antes de los centros comerciales, es allí donde debe buscar.
En tiempos de titulares fugaces, Lorenzo enseñó que la memoria se escribe con paciencia y sin concesiones al efectismo. La isla pierde a un político sereno, a un arqueólogo aficionado y, sobre todo, a un narrador empecinado en que ninguna anécdota quede huérfana.
Que descanse. Sus cuadernos seguirán hablando.