Entre cruces celtas y mojos volcánicos: la despedida luminosa de Lanzarote en Dublín
Foto. Elpejeverde.com
S.Calleja
La mañana de este 15 de junio comenzó con aplausos, brindis de malvasía volcánica y los últimos rejos en la sartén de Yeray donde se doraba el pulpo de La Graciosa. Terminará, horas después, entre cruces celtas bañadas por el sol en el cementerio de Glasnevin. Dos escenarios tan dispares —el animado Taste of Dublin y el camposanto nacional— confluyeron en un mismo tema: la importancia del legado. Legado culinario en el parque de Merrion Square; legado histórico bajo los antiguos árboles donde descansan los héroes irlandeses.
Cuatro días bastaron para demostrar por qué Saborea Lanzarote es mucho más que un logotipo en una carpa. Decenas de miles de visitantes irlandeses e internacionales descubrieron el cochino negro estofado , las lapas asadas con mojo y, sobre todo, la historia detrás de cada plato: el ingenio de cultivar parras en el rofe, la paciencia de curar al aire los quesos de cabra, el agradecimiento al océano que fabrica viejas, cherne y camarones frente a las costas de La Santa . Para muchos dublineses, aquellos sabores evocaron sus propias tradiciones marítimas y rurales; para los chefs no solo de Lanzarote, fue la oportunidad perfecta de aprender del público, de los productores locales y de la escena cervecera artesanal irlandesa.
Ni siquiera la típica lluvita veraniega logró enfriar el ambiente . El comentario más repetido entre los organizadores fue claro: Lanzarote debe volver. Su propuesta no solo diversifica la oferta española en el certamen; también abre la puerta a colaboraciones, residencias culinarias y rutas de enoturismo que ya se perfilan para la edición de 2026.
Antes de cerrar el festival, Elpejeverde.com puso rumbo norte hacia el cementerio de Glasnevin. Allí reposan, entre otros, Daniel O’Connell, Michael Collins y Charles Stewart Parnell, figuras que forjaron la identidad irlandesa. Bajo un cielo sorprendentemente azul, el mármol y el granito parecían celebrar, no lamentar. Frente al mausoleo de O’Connell, alguien imaginó al “Libertador” alzando una copa de malvasía con la misma convicción con la que brindaba por la emancipación católica.
Más adelante, ante la austera tumba de Collins, surgió la pregunta: ¿habría aceptado el “Big Fellow” degustar un trocito de pan bizcochado con mermelada Lala de naranja tras las negociaciones del Tratado? Y al pie del obelisco de Parnell, la fantasía continuó: un estadista que nunca llegó a ver la independencia de su país, disfrutando un surf & turf de cochino negro y gamba de La Santa, símbolo de la mezcla que enriquece a cualquier nación.
Hoy resultaría impensable no volar en cuatro horas de Dublín a Guacimeta para descubrir , volcanes dormidos y el recetario «Cocina Tradicional de Lanzarote» que equilibra la pureza real de lo que hemos comido por estas tierras siempre( gracias amigo Fefo). Si aquellos líderes levantaran la vista, verían cómo los lazos entre Irlanda y Canarias se tejen ahora con aromas, alimentos y hospitalidad.
Mientras abandonamos Glasnevin, las sombras alargadas recuerdan que, como en la cocina, el tiempo lo transforma todo: convierte la leche cruda en queso curado, el agua pata en vino, la historia en leyenda. La presencia de Lanzarote en Taste of Dublin no es un mero ejercicio promocional; es un puente emocional que invita a pensar en viajes, en diálogos entre pueblos atlánticos y en un futuro donde cada edición del festival sea punto de partida para nuevas historias compartidas ¡Hasta el año que viene queridos irlandeses!