viernes, 06 junio 2025

Patrimonio sí, congelador no: Arrecife exige obras, no excusas ideológicas

S.Calleja

El socialismo arrecifeño vuelve a tensar los frenos justo cuando la capital se dispone, por fin, a pisar el acelerador. Con una batería de alegaciones que parecen sacadas de un archivo polvoriento, el grupo municipal del PSOE ha impugnado el nuevo Catálogo de Protección del Patrimonio alegando que abre la puerta a la “desfiguración” y al “aprovechamiento urbanístico”. El libreto no sorprende: cada vez que Arrecife insinúa un cambio, aflora el mismo discurso de alarma patrimonial, como si la modernidad fuera un virus y la ciudad debiera permanecer en cuarentena permanente.

Entre los firmantes destaca Alfredo Mendoza, concejal con proyección, llamado a liderar la renovación socialista. Sin embargo, se ha equivocado al repetir el recetario de quienes siguen anclados en el ideario de cierta fundación cultural lanzaroteña, un santuario de dogmas urbanísticos que hace tiempo dejó de dialogar con la realidad. Al alinearse con ese núcleo duro, Mendoza dilapida capital político y cae en la vieja trampa de confundir conservación con inmovilismo.

Tomemos el caso del Mercadillo de la Calle Real. Lleva años muerto, convertido en una pústula de abandono. La propuesta municipal es clara: preservar la fachada —el rostro histórico que la gente reconoce— y vaciar el interior para levantar hasta seis alturas que devuelvan actividad al corazón comercial. ¿Dónde está el sacrilegio? Ciudades con tanta o más historia rehabilitan sus edificios precisamente así: piel intacta, órganos nuevos. Negarse implica condenar al edificio a la ruina o —peor— empujar el comercio hacia la periferia.

Otro de los fantasmas agitados por el PSOE son las “remontas”. Se las presenta como un ardid especulativo, pero en la práctica son una herramienta tasada y regulada para añadir uno o dos pisos sobre inmuebles consolidados, inyectar viviendas y financiar la conservación del propio patrimonio. Arrecife necesita densidad residencial si quiere volver a encender sus escaparates tras el atardecer; de lo contrario seguirá atrapada en la anomalía de tener un centro que hiberna a la hora de la cena.

Las alegaciones socialistas critican también supuestos errores en las fichas del catálogo o la falta de justificación de algunos grados de protección. Esas deficiencias técnicas son subsanables sin dinamitar el documento entero. Pero la formación opta por la enmienda a la totalidad, un gesto dramático —y conveniente para la foto— que equivale a arrojar el borrador a la papelera y empezar de cero, prolongando la parálisis que ya dura década y media.

Hay, además, un contrasentido estratégico. El PSOE proclama la urgencia de vivienda asequible, de empleo y de revitalizar los barrios, pero se opone a las herramientas que permitirían, con control público, generar ese tejido. Se olvida de la Vía Medular y de los suelos periféricos aptos para ganar altura, y se aferra a una visión de postal amarillenta que ignora el crecimiento demográfico y las exigencias de accesibilidad, eficiencia energética y movilidad contemporánea.

Al fondo de todo late la sombra de un purismo patrimonial dictado por gurús que jamás han gestionado un padrón ni han debido cuadrar un presupuesto municipal. Es legítimo querer preservar la memoria, pero resulta letal convertir la ciudad en una vitrina sin moradores. Arrecife no puede seguir siendo un boceto eterno; necesita trazo firme, color y valentía. Si el socialismo local aspira a gobernar con credibilidad, tendrá que desembarazarse de esa dependencia intelectual que convierte cada plan en un expediente lleno de tachones.

Rehabilitar, densificar y modernizar no significa destruir. Significa respetar la herencia mientras se esculpe un futuro habitable. Y significa, sobre todo, atreverse a decidir. Arrecife ha esperado demasiado.

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