jueves, 30 enero 2025

Ronquidos en la terminal, silencio en la muerte: el adiós sin respuestas de 'Mickey'

Foto. Mickey, fallecido el pasado sábado en las calles de Costa Teguise

Por Sergio Calleja, 29 de enero de 2025

Esta es otra historia triste, de esas que se desvanecen en el murmullo del viento. La de un hombre que vivió al margen, murió en silencio y cuya despedida sigue siendo un enigma. No escribo para sermonear ni para exigir respuestas, sino para trazar en palabras lo que el tiempo podría borrar. Michael Redmond —"Mickey"— merece más que un suspiro de lástima. Merece que alguien pregunte, aunque sea retóricamente, dónde descansan sus huesos y si su familia, alguna vez, supo que su viaje terminó en una terraza de Lanzarote. 

 

Michael Redmond murió solo el sábado pasado, como vivió. Su cuerpo fue encontrado en la terraza del Four Seasons Rock Café de Costa Teguise, un lugar que eligió para sus últimas noches bajo las estrellas de Lanzarote. No hubo violencia, solo el colapso silencioso de un cuerpo cansado. Pero ¿qué pasó después? La incertidumbre persiste: desconocemos si fue enterrado aquí, en la isla que amó hasta el final, o si sus restos viajaron de vuelta a Irlanda. Desconozco si su familia, aquella que intentó llevárselo en vano, haya sido informada de su muerte. Las autoridades, en estos casos, suelen actuar con discreción, pero en el limbo de las muertes en soledad, los protocolos a veces se diluyen entre papeles sin firma. 

 

 

 

Quizá alguien, en algún despacho, intentó contactar a sus seres queridos. O quizá no. En la ausencia de noticias públicas, solo queda el testimonio de quienes le compraron ropa, le dejaron monedas y billetes para el desayuno y escucharon sus risas entrecortadas con amigos imaginarios. 

 Un hombre, dos mundos 

Mickey llegó desde un pueblo cerca de Dublín, huyendo de algo que nunca contó. Tenía 44 años, una obesidad que arrastraba como un estigma y una mente fracturada por lo que quizá fue esquizofrenia o un desdoblamiento de personalidad. Sus "griteríos" resonaban en el aeropuerto, pero también su gratitud: una sonrisa torpe al recibir un café, un "gracias" susurrado al amanecer. Era un náufrago en una isla de turistas como la nuestra, un fantasma con pasaporte caducado que prefería dormir entre figuras de cera de Michael Jackson antes que regresar a un hogar que, para él, ya no existía. 

 

 

La comunidad le adoptó a su manera. Le compraron zapatos, le vigilaban durante sus apneas —esos ronquidos que helaban la sangre— y le permitieron quedarse, incluso cuando las normas lo prohibían. Pero nadie pudo evitar lo inevitable: su corazón, tan frágil como su psique, cedió. ¿Fue un paro cardíaco? Las especulaciones apuntan a eso, pero sin autopsia pública, solo queda el vacío de lo no confirmado. 

 

 Preguntas sin dueño 

La muerte de Mickey plantea dilemas incómodos: ¿Qué hace una sociedad con aquellos que eligen existir en sus bordes? ¿Cómo honrar a alguien cuya vida fue un acto de resistencia contra todo pronóstico? No hay respuestas fáciles, pero sí un detalle revelador: incluso en su aislamiento, Mickey tejía conexiones. Los trabajadores del aeropuerto, los dueños del café, los transeúntes que le saludaban… todos guardan un fragmento de su historia. 

 

Y, sin embargo, su final sigue siendo un eco sin dueño. ¿Dónde está su tumba? ¿Alguien lloró por él? La isla de Lanzarote guarda secretos, y este podría ser uno más. Tal vez sus restos yacen en un nicho sin nombre, o quizá fueron repatriados en un ataúd sellado, sin ceremonia. Lo único cierto es que, para quienes le conocieron, su ausencia pesa más que cualquier ritual. 

 

 Un legado de humanidad 

No idealicemos su vida: Mickey era un hombre roto. Sus "momentos" de lucidez alternaban con episodios de caos, y su físico era un mapa de batallas perdidas. Pero en su fragilidad, también había belleza. Era capaz de agradecer con los ojos, de bromear en medio de un delirio, de hacer que un aeropuerto impersonal se sintiera, por un instante, como un hogar. 

 

 

Hoy, su historia es un espejo. Nos recuerda que la dignidad no depende de la cordura, ni del éxito, ni de tener un lugar en el mundo. Mickey eligió Lanzarote, y aunque su elección lo llevó a morir solo, también lo liberó de juicios ajenos. En esa paradoja reside su épica personal: vivir —y morir— en sus propios términos. 

 

 

Si alguien busca su nombre en Google, encontrará a un cómico irlandés, a un jugador de hockey o a un experto en Go Rating. Nada sobre este Michael. Ni una nota, ni una flor, ni una lápida. Esta columna quizá sea su único monumento. Pero queda una esperanza: que en algún pueblo junto a Dublín, su familia sepa, al menos, que su historia no fue en vano. O que, sin saberlo, alguien camine hoy por Costa Teguise sintiendo, de pronto, el peso de una memoria que no tiene nombre. 

 

*[Nota: Los detalles sobre el paradero de sus restos o el contacto con su familia no han sido confirmados por fuentes oficiales. Esto que escribo se construye a partir de testimonios anónimos y la ausencia de registros públicos].

 

 

Bingo sites http://gbetting.co.uk/bingo with sign up bonuses