Cuando ser vicepresidente no es suficiente: la solución es bordarlo en amarillo fosforito
S.Calleja
Hay momentos en los que la política insular parece dar giros inesperados hacia el teatro del absurdo, y luego están los momentos en los que se decide llevar el título del cargo literalmente en la espalda. No vaya a ser que el estimado consejero de Obras Públicas y vicepresidente del Cabildo de Lanzarote, en su infinita modestia, pase desapercibido entre el común de los mortales. Y es que el poder, por lo visto, no basta con ejercerlo, sino que también debe vestirse.
En un acto que desafía cualquier manual de humildad política, el consejero ha decidido hacerse diseñar un abrigo, o mejor dicho, una chaqueta funcional, con su cargo estampado en grandes letras amarillas y, no menos importante, el título de "Vicepresidente" perfectamente visible para los transeúntes despistados. Porque claro, quién podría soportar la idea de ser confundido con un trabajador común y corriente en una obra pública. No, no, este hombre tiene un título, y ese título debe ser visto desde cualquier ángulo.
El abrigo parece más una declaración de poder que una prenda de protección. "Consejero de Obras Públicas", rezan las letras que cubren su espalda, como si los conos y las máquinas de construcción no fueran suficientes para recordar a los allí presentes que el poder se encuentra en la obra. A lo mejor es una respuesta a un profundo temor: el de no ser reconocido, el de que su glorioso título no sea respetado. ¡Qué tragedia sería pasar inadvertido en una carretera de Lanzarote!
Lo curioso es que, a lo largo de la historia, los verdaderos líderes no necesitaban de tales artificios para ser reconocidos. No vemos a Churchill habiendo mandado bordar "Primer Ministro" en su abrigo ni a De Gaulle paseando con una bufanda que diga "Presidente de la República". Pero claro, Lanzarote no es Londres ni París, y quizá el viento de la isla exige que los títulos sean llevados al viento también.
Lo más simpático del asunto es que este despliegue de ego, este monumento textil a la inseguridad del poder, se convierte en un recordatorio de cómo algunos políticos se envuelven en su cargo como si fuera un manto mágico que los hace invulnerables. Porque, seamos claros, no se trata de una simple chaqueta. Esto es un uniforme de distinción. De esos que, más que proteger del frío, protegen del anonimato.
Y así, en la polvorienta carretera de Lanzarote, el consejero marcha triunfante, envuelto en su prenda de poder, no vaya a ser que los obreros o el público se olviden por un segundo de quién está a cargo. Qué pequeño sería el mundo sin estos recordatorios visibles de la jerarquía. El abrigo, al final, no es más que una metáfora de cómo, en algunos casos, el poder político se convierte en un ejercicio de imagen personal. Porque, al parecer, si el cargo no está escrito en mayúsculas, uno corre el riesgo de no ser nadie.