Canarias sola ante la crisis: el gobierno central sigue sin redistribuir a los menores migrantes
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PJ
Las estadísticas de la última semana no solo son números; son la constatación de que el drama migratorio en Canarias ha alcanzado un nuevo clímax. Casi 3.000 migrantes han arribado a las islas en apenas siete días, con Lanzarote y El Hierro soportando la mayor carga de estas llegadas. La creciente presión sobre estas dos islas ha dejado al descubierto una realidad que muchos prefieren ignorar: Canarias es ahora el epicentro de una crisis migratoria sin precedentes.
El caso de Lanzarote es especialmente sintomático. Con más de mil migrantes en tan solo una semana, la isla se encuentra al borde del colapso en términos de infraestructura de acogida. Las imágenes de embarcaciones neumáticas llegando a sus costas se han vuelto cotidianas, mientras que los recursos para atender a estos seres humanos se agotan rápidamente. Los centros de acogida, saturados, luchan por mantener un mínimo de dignidad en la atención, mientras los políticos nacionales observan con una pasividad que roza la indiferencia.
La llegada masiva: un desafío que crece
A lo largo de la semana, el flujo no ha cesado. Barcas sobrecargadas con hombres, mujeres y niños han seguido llegando, y las autoridades de Salvamento Marítimo han trabajado sin descanso para rescatar a quienes naufragan en las traicioneras aguas del Atlántico. Lanzarote, como punto caliente, ha tenido que derivar parte de estas llegadas a Fuerteventura, cuyo sistema de acogida también muestra signos evidentes de sobrecarga. Mientras tanto, El Hierro, con 952 migrantes y una proporción notable de menores, enfrenta una crisis humanitaria que no tiene fin a la vista.
Es aquí donde surge una pregunta incómoda: ¿qué se hace para frenar este flujo o, al menos, gestionar mejor las consecuencias? El gobierno central ha mantenido negociaciones sobre el traslado de menores migrantes no acompañados a otras comunidades, pero la realidad es que Canarias sigue siendo un enclave olvidado. Las cifras de llegadas suben, y las soluciones se ahogan en una marea de burocracia e indiferencia política.
Lanzarote: una isla desbordada
Los 1.010 migrantes que han llegado a Lanzarote en la última semana no son solo cifras. Son rostros que cuentan historias de desesperación, miseria y huida de conflictos en países subsaharianos como Senegal, Guinea-Conakri, Mali o Gambia. Muchos de ellos embarcaron en Mbour, Senegal, en travesías que han durado hasta siete días, enfrentándose al implacable océano Atlántico. Llegar a Canarias no es una victoria, es solo el primer capítulo de una odisea llena de incertidumbre.
Las autoridades locales han hecho lo posible para gestionar esta situación, pero la saturación es evidente. Lanzarote, con recursos limitados, ha llegado a un punto de quiebre. Los centros de acogida, aunque con el apoyo de la Cruz Roja, no pueden atender adecuadamente a un flujo que parece no detenerse. Y es aquí donde las críticas hacia Madrid se vuelven más feroces. ¿Por qué el gobierno central no ha implementado un plan más robusto para la redistribución de estos migrantes por otras regiones? La falta de solidaridad territorial es un hecho que se palpa en las islas.
El Atlántico: un cementerio creciente
El drama no termina con la llegada a las costas. La Ruta Canaria es, hoy por hoy, la más mortífera de todas las rutas migratorias hacia Europa. Hasta julio, se habían contabilizado 702 muertes en este trayecto, una cifra que no hace más que crecer. Cada rescate es una pequeña victoria en un mar de tragedias. Y mientras las autoridades locales y ONG luchan por salvar vidas, el Atlántico sigue cobrando víctimas, invisibilizadas en la retórica política que mira para otro lado.
En el horizonte, solo se vislumbra más incertidumbre. Canarias, y en especial Lanzarote, seguirán siendo el destino final de miles de migrantes. Las islas no pueden soportar esta carga solas, y es hora de que España y Europa tomen cartas en el asunto antes de que este drama humanitario se desborde de manera irreversible.