lunes, 16 septiembre 2024

Grande es la gracia del señor Puente, que con lengua afilada nos enseña las artes del buen gobernar desde su trono peninsular

 S. Calleja

 

Con vuestra venia, señor Puente......Es, sin duda alguna, un espectáculo digno de los antiguos tiempos, el que nos ha brindado el ministro de Transportes, Óscar Puente, en su reciente plática con ‘La Provincia’ y ‘El Día’. Si cerraremos los ojos mientras leemos sus declaraciones, bien podríamos imaginarlo como un caballero castellano, enarbolando el estandarte de su casa, presto a “civilizar” a los pobres canarios que, según su sapiencia, no saben manejar los caudales que el generoso Reino de España, con gran largueza, les ha otorgado. Su tono, más propio de un rey católico que de un ministro moderno, se asemeja a un contundente taponazo verbal, dado con la firmeza de quien se cree investido de poder divino para enseñar a estos “rústicos isleños” cómo se deben hacer las cosas.

Puente, hombre de Castilla la Vieja, parece haberse ceñido la armadura de mentor de estas islas nuestras, con el mismo celo con que los conquistadores de otrora se lanzaban a la mar para reclamar tierras ajenas. Pues bien, según él, la ineficiencia de nuestras instituciones es tan notoria que se diría que nos ve como simples vasallos, incapaces de gobernar por nosotros mismos. "¡Pobres canarios,  no sabeis cómo gobernaos!", podría uno imaginarlo pensando, con una sonrisa desdeñosa, mientras desde su lejana Valladolid nos observa con esa mezcla de superioridad y falsa compasión tan propia de los grandes señores del pasado.

Cuando Puente declara que "el problema no es el dinero, sino su ejecución", parece estarse viendo como un verdadero redentor, un salvador que ha venido a estas tierras a enseñarnos el buen gobierno. Porque, claro está, ¿qué pueden saber los salvajes isleños de las complejidades de la administración pública en un archipiélago tan disgregado? Para un hombre de la meseta, todo debe ser tan simple como dictar órdenes desde su torre de marfil, confiando en que los súbditos se alineen en perfecta obediencia. ¡Ah, si supiese él que las islas Canarias tienen su propia historia, sus propios desafíos, y que no somos meros peones en el tablero de ajedrez que él cree manejar!

Por cierto, las palabras de Puente resuenan con el eco de aquellos conquistadores que, al desembarcar en nuestras playas, se consideraban enviados por la Providencia para traer la luz a estos rincones oscuros del mundo. Como en andaluz Alonso Fernández de Lugo, que con espada y cruz en mano sometió a Tenerife, Puente parece creer que es su deber iluminar nuestras mentes "primitivas" con la brillantez de su conocimiento castellano.

Y, por supuesto, su referencia a la situación migratoria en las islas no es menos reveladora. Puente afirma que la "sensibilidad" del Gobierno de España es evidente, aunque, por supuesto, no dependa de que Pedro Sánchez se reúna en privado con nuestro presidente, Fernando Clavijo. ¡Oh, pero qué distinción la que otorga a Salvador Illa, quien, como buen caballero de la corte, recibe un trato amigable y cercano! Mientras tanto, nosotros, pobres isleños, debemos esperar en la antesala, como buenos vasallos, hasta que nos concedan unos minutos de su tiempo.

Es cierto que nuestros líderes locales no siempre han estado a la altura de las circunstancias. Los cuatro años de desdichada gestión de Ángel Víctor Torres o la penosa administración del Cabildo de Lanzarote bajo Dolores Corujo son testimonio de ello. Mas, ¿necesitamos por ello que un caballero medieval venido a más nos diga cómo debemos gobernar nuestras propias tierras? Este tipo de discurso, lleno de condescendencia y paternalismo, nos remonta a tiempos que creíamos ya superados, cuando las islas eran vistas como simples colonias a ser dirigidas desde el centro del imperio.

 Ved aquí, entonces, a don Óscar, que bien quisiera recrear esos tiempos en los cuales el vasallo, con cabeza baja y obediente, se dirigía al castillo a recibir las órdenes y mandatos de su señor. Pues, ¿no sería él el noble caballero, y nosotros los simples vasallos, que en su inexperiencia y torpeza no saben manejar los asuntos del Reino? ¡Ay, qué ventura la nuestra, que en estos tiempos modernos aún contemos con un señor que, desde la grandeza de su trono vallisoletano, se digne a iluminarnos con su sapiencia!

 

 

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