Usura
Por Rafael Hernández, periodista.
De niño me gustaba la palabra usura. Me recordaba a la caja de costura de mi abuela; a la acupuntura milenaria que me parecía tan lejana; a cuando en clase me pedían compostura por hablar demasiado; a los puntos de sutura que recibí cuando se cayó la Singer, también de mi abuela, justo encima de mi mano diestra marcándola para siempre.
Me gustaban -me gustan- las palabras sin tener en cuenta el significado: Alféizar. Correveidile. Pleonasmo. Chilindrón. Patatús. Holocausto. Emperifollado. Noray. Salmuera. Incoar. Alisio. Burundanga. Ultramarinos. Usura.
Usura me gustaba por todo eso hasta que empecé a tratar con los bancos. Desde niño la televisión me empezó a contar un cuento que todavía no ha llegado a su final. Tienes que crecer, -decían- y comprarte una casa; pedir prestado y pagar más de lo que vale por el favor. Si no puedes devolver el dinero prestado, no pasa nada, te quedas sin casa y sin dinero y, quizás también, con deuda.
Por el favor el banco se queda con tu casa mientras con el dinero que has pagado de más ha jugado durante años a enriquecerse. En el momento en que la suerte le vino torcida, se ha quedado con tu dinero, con tu casa y de nuevo con tu dinero. Hubo que rescatarlos para que te puedan seguir haciendo el favor de prestarte más dinero y que la rueda gire.
El lector creía que el cuento terminaba en el momento en el que el banco devolvía el dinero que le prestaste pero el giro de ese final ya lo conoces. Dejas de ser niño cuando en el transcurso del cuento descubres la palabra usura.
Rafael Hernández es autor del poemario La frase más larga que jamás te han dicho