El viento en un plano
Por Rafael Hernández, periodista, con motivo de la Semana Arquitectura 2016
Perderse no acaba de ser más que una excusa para encontrarse. El ruido no es ajeno a la necesidad de descubrirse pues es sólo uno de los acicates que hacen que emprendamos la búsqueda de uno mismo. Buscarnos es llegar al lugar de dónde queremos ser aún sabiendo que para comprender que ése es el elegido tendremos que vivir en muchos otros antes.
Nuestras experiencias son los cimientos de las decisiones que tomamos para afrontar la vida. Mientras, todos los recuerdos que acumulamos se convierten en los ventanales por donde oteamos el futuro viendo reflejado nuestro pasado cada una de las veces que un escueto -a veces efímero- rayo de sol percute en sus cristales reverberando ideas e ideales en nuestra mente. Luces rojizas, doradas y ocres que marcan el color de nuestra existencia.
El dramaturgo y escritor Max Aub decía que uno es de dónde hace el Bachillerato. A muchos de nuestros mayores he escuchado decir que uno es de todos los lugares en dónde ha sufrido. Sea por estudios o por sufrimiento, cada uno es de dónde quiere.
Lo que desconocemos es que es el propio lugar el que nos obliga, con un trabajo diario de creación y derribo y de generación de instantes, a querer ser de dónde nos sintamos.
De allí, de aquí o de cualquier otro sitio. Cada uno es, al fin, de ese espacio en el que se siente cómodo bajo una estructura vital e invisible creada por ligazones que no son más que el material de las nubes; encontramos confort en una casa de paredes blancas y cielo magenta; somos felices en una vivienda lanzada al mar y mecida por las olas; vivimos mirando al futuro sintiendo el presente recordando el pasado alrededor de un café en los salones de la memoria.
Hay quién desmitifica el poder de poder mitificar lugares. No obstante, resulta vano luchar contra el sentimiento de pertenencia nacido de la resistencia del material de obra que ha regalado la naturaleza a un lugar que no es más que el viento en un plano.