Miedo y asco en San Fermín
Por Rafael Hernández, periodista.
Es angustia -inexplicable- que nace de la imposibilidad de entender por qué pasan las cosas que pasan. Es rabia -dolorosa- radicada en lo más profundo de las entrañas que no aceptan que se propicien hechos que amargan tan adentro que obligan a borrar todo atisbo de esperanza.
Es un vómito, es un grito ahogado, es el hundimiento de lo humano tras ver animales ir tras mujeres como si su cuerpo les incumbiera, como si su voluntad les correspondiera, como si su dignidad les competiera, como si el carné de persona les fuera donado a su voluntad. Presenciar esta vilezas abyectas es atestiguar que vivimos entre inmundicia. Da asco refrendar que no hemos aprendido nada.
Estos animales basan su halagada preponderancia en la virilidad que la furia española ha asociado siempre al toro por ello no resulta extraterrestre que el un último ejemplo de barbarie lo encontremos en los sanfermines. Pasa en todos lados, India, Brasil o Alemania, pero, ¿qué no pasará que jamás conozcamos?
Entendemos la locura, existe. Incluso la estudiamos para intentar tratarla. Es un problema que aceptamos que tenemos, que debemos solucionar ya que muchas veces se ve agravado por los contextos sociales de cada individuo.
Soy capaz de entender la demencia perenne, la patología mental, la psicopatía de seres aislados que creen que su rabo es el epicentro y que la mujer gira alrededor de él sólo para satisfacer su ego. Digo que soy capaz de comprender el hecho de que no toda persona que ha vivido lo haya hecho bajo un halo de cordura resultando lamentablemente que estos trastornados sean capaces de los más abominables actos.
Lo incomprensible es conocer qué gatillo se aprieta en la psique masculina para ser capaces de llegar al punto de enajenación colectiva que permite que varios animales -cuatro en el último caso español; nueve en la India; más de quince en Brasil- actúen de manera coordinada con el fin de causar un daño irreparable, soliviantando la integridad, dignidad y bienestar físico de un ser humano que -y que quede claro ya- es dueño de todas sus decisiones. ¿Qué pasa por la cabeza de un grupo de hombres para realizar en conjunto tales atrocidades? ¿Por qué no hay uno solo que se atreva a poner fin a la barbarie?
La tradición católica, la del matrimonio marido-esposa, la que promulgaba que la mujer debía subyugar su vida a la satisfacción del hombre dándole comida, calor e hijos, siempre ha defendido que había que amar al prójimo por encima de todas las cosas. Que odiar no era el camino a pesar de ser un sendero que han tomado (y siguen tomando) en contra de muchos colectivos.
El no conocer la respuesta a estas preguntas me lleva a cobijarme en el odio -a riesgo de no escalar los cielos- ante hechos que denigran a la mujer, sobre todo. Pero que también denostan al hombre del que abomino, género al que siento asco de pertenecer cuando la realidad ejemplifica que la verdad sobre la igualdad que nos introducen por ojos y oídos está muy escondida debajo de las alfombras de los que legislan bajo el parapeto de la tesis de que "la culpa es de los padres que las visten como putas".
Qué miedo ser mujer y qué asco ser hombre.