Yo, televisión
Por Rafael Hernández, periodista.
Dedicamos mucho a tiempo a pensar si lo que hacemos está bien y eso hace que dediquemos mucho tiempo a hacer lo que creemos que los demás piensan que está bien.
Nos escapamos de nuestro propio cuerpo para vernos desde fuera con los ojos de los otros y solemos aceptar un visto bueno que casi nunca se corresponde a la buena vista propia sino a la visión inquisitiva del qué dirá quién si cada cuál actúa así cuándo le viene de sopetón este cómo.
La duda es si la visión que de ti quiere la televisión, la posición que quiere que tomes, el lugar en el que quiere que te acomodes es siquiera una sugerencia más que un mandato que acatamos sin rechazo imponiéndonos como castigo el ser como ella quiere que seas y pensar como ella quiere que pienses jugando con tu mente y tergiversando tu criterio, obligándote a pensar que así es como los demás quieren que sientas.
Es tan sencillo evadirse del influjo de los controladores de la televisión como abrazar la asimilación de la multiplicidad. Cuanto antes entendamos que no hay una forma de ser necesaria y válida sino que todas son igual de necesarias y válidas que las promovidas por los medios, antes dejaremos de reproducir los hábitos y comportamientos que creemos aceptables porque los demás, como marionetas de un padrino catódico, nos obligan a pensar que es lo correcto.
Ese concepto, el de la asimilación de la multiplicidad lo estudió el Nobel italiano Luigi Pirandello en Uno, ninguno, cien mil: “…Ninguna realidad ha sido dada ni existe, sino que, si queremos ser, debemos construírnosla nosotros; nunca será una para todos, una para siempre...”. No somos lo que creemos que somos sino que somos lo que los demás creen que somos. Basamos nuestras decisiones, actos y conductas en sus pensamientos, subconsciente o incoscientemente. Sin escudriñar es imposible saber de la existencia de un árbol que cae en medio del Amazonas o si un supuesto gato en una caja cerrada puede existir o no hacerlo.
Tal vez la clave para no acabar convertido en cangrejo ciego parece estar en saber en quién o qué guiar nuestras conductas; primero, para amoldar nuestro comportamiento al que decidamos que queremos proyectar individualmente; y segundo, discernir a quién queremos que nuestra conducta proyectada de sombra.
Se pueden consumir productos audiovisuales destinados a amalgamar en una sola todas las conciencias. También podemos -quizás debamos- concienciarnos de que hay más opciones que las destinadas a anestesiarte, aborregarte, aburrirte, desasosegarte, ralentizarte, estupidizarte y demás verbos pronombrados que nada tienen que ver con el arte.