sábado, 23 noviembre 2024

Soy racista

 

Por Rafael Hernández, periodista.

 

Llevo tiempo queriendo escribir algo titulado con esas dos palabras. Porque sí; porque es impactante; porque mola ser transgresor y opresor al mismo tiempo; porque llamaría la atención de los que llaman la atención; porque crearía mucho tráfico en redes sociales y eso al medio que lo publicara -por su puesto sin pagar lo que cuesta- le generaría a su vez réditos; y porque me da la gana.

En vista de los acontecimientos de esta mañana en Bruselas, a lo mejor no es el mejor momento. Por otro lado, debido a lo ocurrido hoy en Bélgica a lo mejor es el mejor de los momentos. Soy racista. Pero entiéndaseme: soy racista porque no me gusta la raza humana.

Cuando camino de noche por un callejón oscuro y veo a un ser humano, tengo miedo. Cuando en la acera de enfrente veo a cualquier humano con aspecto sospechoso, tengo miedo. Cuando entro, con mi coche desvencijado y con la ITV a punto de vencer, en una rotonda, tengo miedo. Cuando algún ser humano me amenaza de muerte en Twitter al confundirme con Rafael Hernando, tengo miedo. Y por supuesto, cuando un ser humano acaba con la vida de otro ser humano tengo miedo y acabo pensando que no, que la raza humana está lejos de gustarme.

Soy racista porque no me gusta la especie que le da pábulo a un misógino, retrógrado, integrista, supremacionista, aspirante a la Casa Blanca, con ese pelo y esa piel tan doradas, símbolo de lo que único que considera indispensable para poder vivir en el país que aspira a dirigir. Cuando un ser humano quiere construir muros para separarse de otro ser humano, tengo miedo.

También racista porque no me gustan los especímenes que deciden que la noticia de una práctica nuclear de Corea del Norte, debe ir al final del informativo y entre varios vídeos de mal o buen tiempo, de jirafas en una calle de la India o de la marca de la gomina de 'el Bicho'. Cuando el ser humano me desinforma, tengo miedo.

Me veo obligado a ser racista cuando la realidad se asemeja demasiado a las películas que me gustan que por desgracia fueron hechas asemejándose a una realidad ya de por sí racista. Hace unos días vi a unos seres humanos, en traje de tweed y corbata de seda, firmando un documento que obligaba a otros seres humanos a ser deportados a un país cuyo presidente dijo hace no mucho algo como que “para mantener a la mujer feliz había que mantenerla alejada de la independencia económica”. A uno de esos pequeños seres humanos, que quizás dejó atrás a padre o madre o hermanos, le rapaban el pelo mientras sus lágrimas saladas fertilizaban el campo que le obligaban a abandonar, antes de su entrada a otro campo: no donde les obligan a pensar. O a concentrarse, no sé. Aquí no me queda más que ser racista porque cuando el ser humano vuelve a seguir los patrones utilizados en Auschwitz, sin miedo a usar la Ley de Godwin digo que tengo miedo.

Podría seguir lanzando al éter razones por las que no me gusta la raza humana pero una moda que me irrita sobremanera estos días, además de las barbas de colores, son los artículos en los que algunos seres humanos enumeran cosas que no les gustan de otros seres humanos. Y claro, no voy a hacer eso.

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