Sentimiento de gratitud
Vivimos tiempos muy difíciles e inciertos. A lo largo del día, mientras la inmensa mayoría permanecemos confinados en nuestros hogares, afloran en nosotros un montón de sentimientos distintos. La incertidumbre ante lo desconocido, el temor que ocasiona el coronavirus Covid-19, la angustia por la situación económica o el dolor por la pérdida de seres queridos son algunos de ellos, y los superaremos. Pero creo que hay uno que permanentemente nos sostiene como individuos y como sociedad: la gratitud.
En estas semanas tan intensas correspondemos con aplausos, y de otras maneras, la labor esencial que vienen realizando muchas mujeres y hombres por mantener en pie el país y para que los demás estemos lo mejor posible. Nos aflora un desbordante sentimiento de gratitud hacia alguien en concreto, como cierto médico o enfermera, o hacia todo un colectivo, como el mismo personal sanitario —que literalmente se está dejando la vida para preservar la nuestra—, limpiadoras, bomberos, cajeras, reponedores, transportistas, voluntariado de ONGs o agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, entre otros. Y vayan por delante mis disculpas por no poder citarlos a todos.
Pero hay algo que a una gran mayoría nos resulta especialmente emocionante, y es ver al Ejército velando por la salud, el bienestar y la seguridad de todos los españoles. En particular, los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), el aporte militar al sistema de protección civil de nuestro país, se ha desplegado por todos los rincones de la geografía de España para ayudar a combatir una catástrofe sin precedentes. No es un incendio, una inundación o una nevada, sino un virus invisible y devastador que ha puesto en jaque nuestro futuro en común.
Cuando el presidente José Luis Rodríguez Zapatero creó la UME, hace casi 15 años, hubo quienes no entendieron su decisión, a pesar de que las instituciones del Estado carecían en aquel momento de medios adecuados para hacer frente a una situación de emergencia de envergadura. Desde entonces, aquella especie de gran organismo para la protección civil, aunque de estructura militar, ha demostrado en infinidad de ocasiones que su constitución fue un gran acierto. Y ahora también. Sin embargo, la pandemia ha puesto en evidencia que necesitamos ser mucho más previsores hacia el futuro.
Nuestro sector público se ha resentido con el coronavirus. No por falta de capacidad de los organismos del Estado o de los trabajadores públicos. No. Se ha resentido porque en los últimos años ha sido sometido a una estricta dieta que lo ha hecho adelgazar hasta extremos inaceptables. El anterior gobierno del PP impuso recortes brutales en sectores muy sensibles, como la sanidad pública, a la vez que la privatizaba, y, por eso, ahora hemos tenido que movilizar a sanitarios estudiantes de último curso, jubilados y médicos internos residentes en período de formación; y homologar a toda velocidad títulos de ciudadanos extranjeros radicados en España, entre otras medidas.
Como ya he dicho en entregas anteriores, ahora toca respetar las normas, evitar contagios y salvar vidas. También toca mostrar gratitud, pero, de inmediato, ya mismo, tenemos una tarea inaplazable, que consiste en robustecer todos los pilares del estado del bienestar para que otra emergencia no nos coja con una sanidad pública maltrecha y con otros servicios públicos básicos muy debilitados. Todos ellos deben salir extraordinariamente reforzados en los próximos Presupuestos Generales de reconstrucción económica y social del Estado.