viernes, 18 abril 2025

“Estamos organizando una misión a Japón”: Lanzarote se mueve

Foto. Elpejeverde.com. Luis Arraez, junto a Carmen y Fefo en Madrid Gourmet ayer

S. Calleja

Luis Arráez Guadalupe no necesitó rodeos. Tampoco hubo guion. El director del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA) aterrizó en el Salón Gourmets de Madrid con un discurso claro y una misión todavía más evidente: Canarias tiene que estar donde se come bien. Y Lanzarote, también.

Asegura que no es pionero, pero se le nota el orgullo en cada palabra. En apenas quince minutos, Arráez logra conectar la uva con la geopolítica, el vino con los aranceles y el queso de cabra con Corea. Todo con la misma soltura con la que un bodeguero cambia de añada sin mirar atrás.

 

«Cada vez está más justificado que Canarias, y que Lanzarote, estén por aquí», dice, en uno de esos momentos en los que la evidencia se convierte en eslogan. Se refiere a la cita madrileña del salón gourmet, una de esas ferias donde el queso se corta a bisturí y las papas arrugadas se convierten en producto delicatessen.

No es solo presencia institucional, aclara. Es estrategia. Y detrás de esa estrategia, un cambio que él mismo ayudó a impulsar hace más de una década, cuando desde el Cabildo insular se puso en marcha aquel plan «aerogastronómico» —nombre que hoy suena a globo, pero que entonces parecía cosa seria—. El objetivo era dejar de subvencionar lo que no se vendía. Hoy, según cuenta, la uva se paga a casi cuatro euros. Palabras mayores para quien antes la entregaba a ciegas y cobraba —si cobraba— años después.

 

La clave, insiste, ha sido la calidad. No lo dice en plan publicitario, sino casi como una advertencia. «Muchos productos que tenemos aquí son únicos, singulares. Solo se encuentran en Canarias», repite con una convicción que no necesita power point.

Arráez, que también ha pasado por la Consejería de Agricultura, cree que ahora se está recogiendo parte de lo sembrado. Y no solo en Lanzarote. Los siete cabildos han acudido en bloque. «Tenemos 100 empresarios aquí», subraya, como si quisiera dejar claro que esto no va de exhibirse, sino de vender.

 

No se trata de estar por estar. Se trata de abrir mercados. De buscar distribuidores antes de que los aranceles nos pasen por encima como una guagua sin frenos. Aquí entra en juego lo que Arráez llama «la geopolítica gourmet». Así, sin ironía.

 

 

«Yo estoy asistiendo incrédulo», confiesa cuando se le pregunta por las últimas jugadas de Trump. No se refiere solo a los aranceles. Habla de Groenlandia, de Panamá, de Gaza. Como si detrás del queso majorero hubiera un tablero de Risk global. Puede sonar exagerado, pero hay 50.000 botellas de vino canario que cada año viajan a EE.UU., y eso empieza a estar en riesgo.

Por eso, mientras unos preparan maletas para Fitur, el Gobierno de Canarias alista una misión para Japón y Corea. Objetivo: colocar vino en Asia. No es una broma. Es estrategia. Arráez lo resume así: «Tenemos que buscar otros mercados». Claro y directo. Sin fuegos artificiales.

 

En este punto, la conversación da un giro. Ya no se trata solo de vender papas con mojo. Hablamos de resistencia económica. De no depender del vaivén de un presidente extranjero con ínfulas de emperador. Y también, aunque él no lo diga, de dignificar al productor.

Porque detrás de cada botella hay una bodega que sobrevivió a las ayudas mal cobradas, al desprecio institucional de antaño y al olvido de muchos. Hoy no piden limosna, piden espacio. Y en Madrid lo tienen. Con diseño renovado, con stand amplio y con la certeza de que la marca Canarias, si se hace bien, no es solo sol y playa.

En medio del ruido habitual de estas ferias —donde se mezclan los aceites de Jaén con las trufas de Soria—, Canarias logra hacerse oír. No por volumen, sino por distinción. Porque, como recuerda Arráez, «cada vez se consolida más como un destino gastronómico».

Pero, cuidado, que el entusiasmo no tape la realidad: esto sigue siendo una carrera de fondo. La producción sigue siendo pequeña. El transporte, caro. Y la visibilidad, limitada. La presencia en estos eventos es fundamental, pero no basta con aparecer en la foto. Hay que volver con acuerdos cerrados, con distribuidores firmando y con botellas embarcando. Lo demás es propaganda.

 

Luis Arrez lo sabe. Por eso no presume. Constata. Porque si algo ha aprendido en estos años, es que el marketing no vende vino. Lo vende la calidad. Y también —aunque suene poco gourmet— la insistencia.

«A nosotros nos afecta muchísimo y hay mucho nerviosismo», admite, refiriéndose al impacto de los aranceles. La frase cae como un cubo de agua fría en medio del jolgorio de la feria. Pero es necesaria. Porque detrás de cada copa servida hay una economía en juego.

La crónica termina, pero la historia sigue. En julio, las botellas de Lanzarote cruzarán medio mundo buscando hueco en las cartas de sake. Mientras tanto, aquí seguimos celebrando que una feria gastronómica nos recuerde que en Canarias no solo se come bien. También se pelea por sobrevivir con dignidad.

Y eso, en estos tiempos de amenazas y postureo, sí que sabe a gloria.

 

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