miércoles, 11 diciembre 2024

Vecino y leyenda: mis años compartidos con un Premio Nacional de Teatro sin saberlo

Foto. Elpejeverde.com, esta mañana en el Islote de Fermina.El actor José Pedro Carrión, que dejó una huella imborrable en el teatro español y recibió el Premio Nacional de Teatro en 1991.

S.Calleja

Esta mañana me dirigí al Islote de la Fermina, cámara en mano, con la intención de capturar la magia del lugar. Lo que encontré, sin embargo, fue un regalo inesperado: el reencuentro con José Pedro Carrión, Premio Nacional de Teatro 1991, acompañado por Valery Tellechea, actriz y directora teatral. Había pasado tiempo desde nuestros breves saludos durante los años en que fuimos vecinos en el norte de Lanzarote. Hoy, el destino quiso que nuestras historias se cruzaran de nuevo, esta vez con mayor profundidad.

José Pedro estaba participando en el programa "No es un día cualquiera" de Pepa Fernández, emitido en directo para toda España por Radio Nacional. Tras su intervención, él y Valery salieron a pasear por el islote al mismo tiempo que yo. No nos habíamos visto hasta que escuché su voz llamarme: “¡Sergio!”. Al girarme, ahí estaban ellos, sonrientes y cálidos, como si los años no hubieran pasado.

 

 

Durante los diez años que viví en aquella zona al norte de Lanzarote, José Pedro y Valery también residían muy cerquita. En aquellos tiempos, nuestras interacciones eran breves pero cordiales, limitadas a saludos entre vecinos y el intercambio de palabras mientras paseábamos a los perros. Esas breves coincidencias en mitad del malpaís de La Corona tenían una sencillez que, sin saberlo, escondía la profundidad de la trayectoria de José Pedro y Valery.

José Pedro Carrión ha dedicado su vida a las tablas. Ha trabajado bajo las órdenes de directores legendarios como José Carlos Plaza y ha interpretado obras de Shakespeare, Lorca y Valle-Inclán, entre otros. Su visión del teatro como una herramienta transformadora resuena con una fuerza singular: “El espectador debe salir removido del teatro para ser mejor ciudadano, mejor persona”, dijo durante la entrevista con Pepa Fernández. Y es precisamente esa profundidad de pensamiento lo que hace de José Pedro una figura tan singular. Valery, su compañera, también es un encanto. Su calidez es evidente tanto en su trato como en su talento creativo. Ambos destilan una pasión por el arte que inspira.

 

 

En nuestra charla de esta mañana, evitamos los temas profesionales. Hablamos de la vida en Lanzarote, de su magia, y de ese tesoro tan escaso y valioso: el silencio. José Pedro mencionó el “sonido del silencio” como uno de los regalos que la isla ofrece a quienes saben buscarlo. Esta reflexión, que también compartió en el programa de Pepa, me hizo pensar en cómo la serenidad de Lanzarote se convierte en un refugio para el alma.

Antes de despedirnos, José Pedro y Valery me extendieron una invitación a su casa para tomar un café o, quizá, un negroni. Fue un gesto que reforzó la sensación de cómplice reencuentro. Mientras escribo estas líneas, reflexiono sobre nuestra época como vecinos: aquellos años en que apenas conocíamos nuestras trayectorias y nos limitábamos a saludos educados y conversaciones amables. Pienso en cómo, en ocasiones, el verdadero valor de las personas no reside en sus premios o reconocimientos, sino en la calidad humana que demuestran.

La vida tiene una manera especial de regalarnos encuentros inesperados que nos recuerdan su riqueza y misterio. Es un placer descubrir que alguien con un prestigio como el de José Pedro es tan humilde como se espera, un rasgo que, lamentablemente, no todos comparten. José Pedro y Valery son ejemplo de que la grandeza también se mide en sencillez. Un beso a los dos, y ese negroni caerá en breve.

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