Cestas navideñas: un pequeño gesto que revela grandes problemas en los ayuntamientos y cabildo de Lanzarote
S.Calleja
Hay un tema que no aparece en ningún titular ni en la primera plana de los periódicos, pero que incomodaría a más de una persona. El asunto de las cestas de Navidad que se reparten anualmente a los trabajadores de los ayuntamientos y cabildos ronda en las conversaciones de café, pero rara vez se aborda abiertamente. No es que tenga nada en contra de los trabajadores que se benefician de ellas. Están en su pleno derecho, y existe respaldo del Tribunal Supremo para que disfruten de esos paquetes. Un derecho, como tantos en nuestra sociedad, que parece haberse solidificado con el tiempo y la costumbre. Sin embargo, me pregunto si es moralmente justificable que algunos sindicatos permanezcan cómodamente en silencio, en un momento en el que muchos apenas pueden permitirse celebraciones modestas, todo en un contexto donde la economía va muy bien.
Y hay algo profundamente inquietante cuando los sindicatos son pasivos al respecto. Repartir cestas navideñas ya no es un acto de generosidad; se ha convertido en un ritual automático, repetido tantas veces que ya no se plantean preguntas. No se trata de la legalidad o de cuestionar lo que la ley ya ha protegido, sino de abrir un debate sobre lo que estas cestas representan. ¿Es ético mantener tal privilegio cuando tantas personas apenas sobreviven, en el mejor de los casos? Parece que mientras algunos siguen disfrutando de un beneficio que, aunque pequeño, sigue siendo significativo, otros solo pueden observar sin siquiera soñar con la posibilidad de recibir algo similar.
La existencia del beneficio en sí no es tan perturbadora como el ensordecedor silencio de los líderes sindicales que deberían estar encabezando estas discusiones. ¿Qué están haciendo en lugar de abordar estos temas? Tomemos, por ejemplo, al sindicato SEPCA del Ayuntamiento de San Bartolomé, que recientemente convocó una asamblea, no para debatir si las cestas de Navidad son morales, sino para exigir la dimisión del concejal de recursos humanos. Su gran queja: la “falta de voluntad negociadora” por parte del equipo de gobierno. Aparentemente, llevan meses molestos porque sus propuestas no han sido consideradas, y ni siquiera se les informó de la fecha y hora de la Mesa General de Negociación. ¿Y qué hacen al respecto? Llevan el asunto a los tribunales, haciendo un gran espectáculo como si eso resolviera un problema fundamental para la sociedad o la calidad del servicio público. Mientras tanto, pierden tiempo y energía peleando por pequeños detalles administrativos y diferencias salariales internas, sin mostrar interés en cuestionar si ciertos privilegios son adecuados en un contexto donde muchos carecen incluso de lo más básico.
Lo más preocupante no es que estas cestas de Navidad no sean negociables, sino que los sindicatos no sean capaces de liderar debates más profundos, como si es justo mantener ciertos beneficios en un entorno de alta desigualdad. ¿Por qué no proponen, por ejemplo, eliminar estos regalos que, aunque legalmente justificados, generan un claro malestar social? Por supuesto, eso sería impopular. Siempre entra en juego el miedo: el miedo a incomodar, el miedo a que los trabajadores vean sus derechos cuestionados. Sin embargo, si se les preguntara con sinceridad, me atrevo a decir que muchos estarían dispuestos a renunciar a estas cestas si eso significara una mejor redistribución de recursos o inversión en mejoras más necesarias.
El problema no radica solo en este tipo de privilegios, que empañan la imagen de los sindicatos, sino también en cómo distorsionan la percepción pública de lo que es verdaderamente importante. Nos centramos en las cestas de Navidad, los regalos que recibimos cada diciembre, mientras que desigualdades más profundas y preocupantes persisten en las sombras. En lugar de defender una verdadera justicia laboral, los sindicatos parecen haberse instalado en una posición cómoda, evitando cualquier conflicto que pueda poner en duda su papel.
Es hora de que los sindicatos reflexionen y cuestionen su existencia y su verdadera misión. Quizás deberían recordar que su papel no es solo proteger lo que ya existe, sino adaptarse a los tiempos cambiantes, a las realidades y a los desafíos morales y éticos que surgen. ¿Estarán a la altura de esta responsabilidad, o seguirán ignorando el problema, confiando en que el tiempo, como tantas veces en la historia, lo cubra todo con un manto de olvido?