sábado, 05 octubre 2024

La frivolidad de las ideas fáciles: Armengol y su modelo turístico desconectado de la realidad

S.Calleja

Se hace siempre tan fácil hablar de sacrificios y cambios estructurales cuando ya no se tiene la responsabilidad directa de ejecutarlos, como si la distancia física y temporal nos dotara de una especie de clarividencia superior. Francina Armengol, expresidenta de Baleares y actual presidenta del Parlamento español, parece haber descubierto esa cómoda burbuja desde la que puede lanzar sentencias que, al parecer, no se ven afectadas por las consecuencias que sufren quienes se encuentran en el terreno de juego real.

Armengol aterrizó en Lanzarote para hablarnos de "valentía", de "justicia social" y, por supuesto, de un "modelo turístico sostenible", conceptos tan nobles que casi dan ganas de aplaudir antes de escucharlos siquiera. Porque, después de todo, ¿quién podría oponerse a un turismo que respete el entorno, que favorezca a los trabajadores y que sea más justo para todos? La pregunta que subyace, sin embargo, es si esta nobleza discursiva es más retórica que realidad, más bien un gesto de salón que una política aplicable en el mundo real.

Lo que resulta particularmente doloroso no es solo el contenido de su intervención, sino su silencio. En un momento en que Canarias sigue siendo testigo de una tragedia humanitaria diaria con la llegada de migrantes a sus costas, Armengol decidió no pronunciar ni una sola palabra sobre esta situación. Quizás era más fácil hablar de turismo sostenible que abordar un problema real y urgente, que no admite la comodidad de la teoría ni permite disertaciones fáciles desde una tribuna.

No resulta difícil imaginar el confort desde el cual Armengol se dirige a sus audiencias. Ella misma admite que hubo un tiempo en el que "nos decían que íbamos contra la economía". La gran paradoja de estas palabras es que se pronuncian en un acto del PSOE donde se debate sobre el futuro turístico de Lanzarote, una isla cuya economía, como la de tantas otras en España, está intrínsecamente ligada al turismo. Mientras Armengol reflexiona sobre cómo "proteger la identidad de los territorios insulares", me pregunto si es consciente del privilegio que significa hacer tales afirmaciones desde su cómodo lugar en la política nacional.

Es un tanto alarmante que se pueda hablar tan a la ligera de un sector que, guste o no, mantiene a flote a buena parte de la economía española. El turismo es, sin lugar a dudas, uno de los motores principales que ha salvado a este país de caer en crisis aún más profundas, y sugerir cambios radicales o una desaceleración sin comprender los efectos inmediatos es, por lo menos, irresponsable. Lo que se olvida en ese discurso de "medidas valientes" es que esas mismas medidas pueden tener un impacto devastador para miles de familias que dependen de la industria turística. Y todo ello es fácil de soslayar cuando no se está en primera línea, luchando por cada euro que el turismo deja en las islas.

Resulta curioso, además, que en este acto organizado por el PSOE no se haya mencionado la nefasta gestión de Armengol en el caso de los contratos de mascarillas en Baleares o su vinculación con ciertas figuras cuestionadas, como Koldo. Esos son los verdaderos temas que impactan a la sociedad, los que generan desconfianza hacia la política. Mientras Armengol habla de "valentía" y "sostenibilidad", deja fuera del debate los hechos que verdaderamente dañan el tejido social, como la posibilidad de que su gobierno haya incurrido en irregularidades. Quizás porque es más sencillo discutir sobre el turismo en abstracto que enfrentar los errores del pasado.

No se trata aquí de defender un turismo descontrolado o irresponsable, sino de poner en evidencia la peligrosidad de ciertos discursos. El turismo es, indiscutiblemente, una industria que ha protegido a España de un colapso económico en tiempos difíciles, y frivolizar con su importancia desde una posición de privilegio es no entender la realidad a la que nos enfrentamos. España, y especialmente territorios insulares como Lanzarote y Baleares, viven del turismo. Las medidas de protección medioambiental y laboral son necesarias, sin duda, pero deben ser implementadas con mesura, con un conocimiento profundo de las consecuencias que generan y con un respeto hacia la columna vertebral de nuestra economía.

Cuando Francina Armengol afirma que "era la hora de que ganaran otros", uno no puede evitar preguntarse: ¿y qué pasa con aquellos que, hasta ahora, apenas sobreviven gracias a un sector que mantiene la estabilidad de todo un país? Es fácil proponer cambios cuando no se está sometido a las consecuencias de los mismos, cuando la comodidad del poder permite una retórica sin mayores compromisos.

Es esencial que recordemos, una vez más, que España se sostiene, en gran parte, gracias al turismo. Sin esta industria, nuestra economía estaría en una posición mucho más vulnerable. Y mientras Armengol insiste en sus ideas de cambio, es imprescindible advertir de la facilidad con la que se pueden emitir juicios sin tener en cuenta las repercusiones inmediatas que estos generan en el bienestar de miles de familias que dependen de ese turismo que ella pretende reinventar. Las ideas, desde luego, pueden ser peligrosas cuando no se someten al escrutinio de la realidad, y más aún cuando se omite un problema tan grave como la inmigración, que tanto golpea a Canarias.

 

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