Uber ya está en Lanzarote: sin permiso, sin trabas y con clientes
Foto . Elpejeverde.com
S. Calleja
El sábado por la noche, en la parada de taxis de Las Buganvillas, en Arrecife, el tiempo transcurría como una lección de paciencia. Casi medianoche. Ni un solo taxi a la vista. Dos llamadas a los números de referencia y la respuesta fue el silencio cortante de la línea colgada. La ciudad dormía o hacía que dormía.
Fue entonces cuando un Dacia Sandero se detuvo con la naturalidad de quien siempre ha tenido derecho a estar ahí. “¿Quiere usted un Uber?”. La pregunta llegó sin dramatismo, con la seguridad del que ya sabe la respuesta. Sí, Uber ya estaba en Lanzarote. No solo eso, sino que operaba con la desfachatez de quien no tiene nada que temer.
A bordo, el conductor jugaba con los márgenes de la legalidad como un equilibrista sin red. No llevaba ninguna placa identificativa, pero hablaba con la convicción de quien sabe que nada le va a pasar. “Somos completamente legales”, aseguró con la calma de un funcionario sellando un documento. Después, como si todo fuera lo más normal del mundo, enumeró las tarifas: 5 euros dentro de Arrecife, 10 hasta el aeropuerto. Más barato que un taxi. Y después de medianoche, la subida tampoco era escandalosa: 8 y 12 euros, respectivamente.
No hubo controles. No hubo obstáculos. Solo el sonido del motor y la certeza de que algo se había roto.
En Lanzarote, hasta hace nada, Uber no existía. O no debía existir. El sector del taxi ha sido una especie de monarquía sin rivales, con sus licencias, sus tarifas reguladas y sus pausas estratégicas. Pero la realidad no es un decreto y el mercado no espera a nadie.
El pasado febrero, el PSOE en Arrecife, San Bartolomé y Tías se opuso con fiereza a la llegada de plataformas como Uber o Cabify. No era una cuestión de economía, decían, sino de principios. Pero el mercado tiene su propio código moral, y es implacable con quien no responde a la demanda. Si los taxis no están, los Uber aparecen.
El Cabildo, en un ejercicio de negación digno de estudio, insistió en que Uber no estaba en la isla. Pero lo estaba. Lo está. Y lo seguirá estando mientras haya quien lo necesite.
El sector del taxi en Lanzarote tiene dos opciones: o reacciona o se resigna. No hay término medio. O acepta que su modelo de negocio está obsoleto y se adapta, o permite que plataformas como Uber se instalen con la facilidad de una liebre en campo abierto.
Un acuerdo inmediato es la única salida. Un mal acuerdo es siempre mejor que la guerra. Porque la guerra se libra en las calles y, en esta, los taxis ya están perdiendo.