¿Tiburones en la Romería? El debate entre la tradición y la libertad en Los Dolores 2024
Foto de ayer en la Romería. Paco Parrilla( Facebook )
S. Calleja
El eco de las carretas y los cantos de los romeros retumbaba, como cada año, en los caminos que llevan hasta la ermita de Los Dolores en Lanzarote. Miles de personas acudieron este fin de semana a una de las fiestas más esperadas del año en la isla, cargada de simbolismo y devoción. Sin embargo, entre las mantas, sombreros y faldas que evocan siglos de tradición, algunas figuras destacaban por ir contracorriente. Como si de un carnaval se tratara, un grupo de jóvenes optó por dejar a un lado los atuendos típicos, como se muestra en la imagen que rescatamos de la red social del amigo Paco Parrilla. Y en el centro de esa instantánea, un tiburón inflable nadaba alegremente entre la multitud.
Y es aquí donde se abre el gran debate: ¿es realmente necesario imponer un código de vestimenta en una fiesta popular? El Cabildo de Lanzarote, a través de una campaña dirigida especialmente a la juventud, intentó recordar la importancia de mantener la vestimenta tradicional durante la Romería de Los Dolores. La intención es loable: respetar el legado cultural de la isla y sus tradiciones más antiguas. Pero ¿hasta qué punto esta insistencia en la ortodoxia es viable o deseable en pleno siglo XXI?
La mera idea de que agentes de policía o personal de seguridad se dediquen a patrullar entre los asistentes para controlar la vestimenta suena tan absurda como irrisoria. ¿Nos imaginamos realmente a un "policía del traje típico", con libreta en mano, revisando si cada falda tiene el largo adecuado o si cada sombrero es auténtico? ¿Qué haríamos con los que decidan llevar disfraces inflables de tiburones, aros de neón en las orejas o pañuelos de colores chillones? ¿Multas, arrestos, reprimendas públicas? La respuesta no es solo inviable, es directamente surrealista.
Lo que muchos parecen olvidar es que las fiestas populares, por encima de todo, son una expresión de comunidad, de alegría compartida, y también de diversidad. Lanzarote es una isla en constante cambio, un crisol de culturas donde el flujo de turistas y el dinamismo social han dejado una huella en las costumbres. Pretender que todo siga igual que hace cincuenta o cien años es negar la evolución natural de cualquier sociedad viva. Es, en cierta manera, como pedir que las olas no sigan moldeando las costas.
Y aunque algunos piensen que imponer el respeto a la tradición es una forma de proteger la cultura, la realidad es que la imposición rara vez lleva a buenos resultados. Tomemos un ejemplo cotidiano: imagina que, para entrar a una fiesta, se te exige que lleves un traje determinado. Si decides no seguir la norma, te rechazan en la puerta. ¿Cuál es la consecuencia? En lugar de crear un ambiente inclusivo y respetuoso, lo que se genera es exclusión, y en muchos casos, un resentimiento hacia las normas que se intentan imponer. La tradición, si se la impone a la fuerza, se convierte en una cárcel, no en un homenaje.
Volviendo a la Romería de Los Dolores, queda claro que la mayoría de los participantes respetaron la vestimenta tradicional, pero eso no debería significar que aquellos que decidieron expresarse de manera diferente sean condenados al ostracismo. Al final, el sentido de la fiesta es la celebración en comunidad, el recuerdo de la historia compartida, y también, por qué no, la integración de nuevos elementos que reflejen la diversidad y vitalidad de las nuevas generaciones.
La devoción a la Virgen de Los Dolores no se mide en metros de tela, ni en la autenticidad del sombrero que llevamos puesto. Se mide en el respeto que todos tenemos por la cultura, pero también en la libertad que cada persona tiene de celebrar esa cultura a su manera. Un tiburón inflable no deshonra la romería; lo que realmente podría deshonrarla sería imponer una ortodoxia tan rígida que asfixiara el espíritu libre de las fiestas.
Y es que, en un mundo cada vez más globalizado, la verdadera riqueza cultural de Lanzarote reside no solo en sus tradiciones, sino en su capacidad de abrazar la evolución de esas tradiciones sin perder su esencia. Si el tiburón inflable es parte de esa evolución, entonces, bienvenido sea. Porque al final, lo que importa no es lo que llevamos puesto, sino cómo vivimos y compartimos la alegría de la romería.