La guerra del agua: el informe de Haría convierte la tubería Norte en arma política

Pejeverde
En Haría se abre el grifo con la resignación de quien ya sabe lo que va a pasar: un hilo de agua, aire y quejas. La tubería Norte, pensada para aliviar de una vez el castigo de los cortes en el norte de la isla, está prácticamente terminada, pero no funciona. No falta obra, falta firma. Un informe urbanístico del propio Ayuntamiento ha dejado en suspenso la instalación del transformador eléctrico necesario para ponerla en marcha. El resultado es una escena conocida: la infraestructura está, la red está, el bombeo espera, y la vida cotidiana sigue organizada alrededor de depósitos, garrafas y camiones cisterna. Nadie discute que Haría es el municipio más castigado por los cortes; lo que se discute es quién bloquea la solución y por qué.
La polémica estalla cuando Compromiso por Haría acusa al alcalde, Alfredo Villalba, de esconderse detrás de ese informe en lugar de buscar una salida. No es un matiz menor: durante años hubo informes favorables del propio Ayuntamiento para esa misma actuación y, en la recta final, aparece un criterio técnico contrario que lo paraliza todo. La organización municipalista sostiene que un procedimiento de esta importancia no puede quedarse empantanado por una disparidad técnica cuando la legislación prevé mecanismos para resolverla: intervención de la Secretaría General, nuevas consultas jurídicas, incluso pedir criterio a órganos autonómicos especializados. Lo que denuncian no es solo el papel, sino la actitud. Aseguran que el grupo de gobierno, después de años reclamando obras para el agua, ahora frena la pieza clave y convierte al municipio en víctima colateral de una campaña de partido. Traducido a lenguaje de calle: si hay voluntad política, se mueve el expediente; si no se mueve, es porque alguien ha decidido que le conviene que no se mueva.
Del otro lado, Alfredo Villalba no se presenta como el alcalde que bloquea, sino como el alcalde que sufre el bloqueo. En sus declaraciones señala al Cabildo y al Consorcio, acusa de propaganda y de “vender humo”, y repite que Haría está siendo castigada por motivos políticos. Plantea que el problema del informe es menor y que la solución pasa por declarar de interés general la instalación, de manera que se pueda sortear el criterio urbanístico municipal. Es decir, asume que su propio Ayuntamiento ha emitido un informe que complica la obra, pero reclama que otras administraciones sean las que resuelvan el entuerto en lugar de forzar una salida dentro de casa. Al mismo tiempo, defiende un modelo de gestión pública del agua, una empresa insular participada por Cabildo y ayuntamientos, y se alinea así con la posición general de su partido en la batalla abierta por el ciclo integral del agua en la isla. El mensaje es claro: la culpa está arriba, el castigo baja, y él intenta defender a su municipio frente a decisiones ajenas.
El fondo del conflicto, sin embargo, va más allá del transformador de Arrieta. El agua se ha convertido en el campo de batalla central entre diferentes proyectos políticos. Por un lado, el órgano que agrupa a las instituciones insulares busca romper con el modelo actual de gestión y abrir una nueva etapa. Por otro, los cargos socialistas han decidido utilizar cada grieta del sistema para cuestionar la hoja de ruta y reclamar otro modelo. En ese contexto, el voto contrario de los municipios gobernados por el PSOE a determinados acuerdos encaja como una pieza más de la estrategia de oposición. Compromiso por Haría lleva tiempo advirtiendo de que Villalba actúa más como soldado de partido que como alcalde de todos, y que su posición en este conflicto responde antes a la disciplina interna que al interés inmediato de los vecinos. No se trata solo de una obra, sino de quién capitaliza políticamente su puesta en marcha y quién paga el desgaste de la espera.
Al final, el vecino de Haría no discute informes; discute duchas. Mira el depósito antes de acostarse, pregunta cuándo estará “lo de la tubería” y escucha versiones cruzadas: unos señalan a la plaza de la Villa, otros a los despachos de la capital. La paradoja es evidente: nadie se atreve a decir en público que está en contra de la tubería Norte, todo el mundo jura que quiere que funcione “cuanto antes”, pero la obra sigue parada por una decisión que nace en el propio municipio y que, por ahora, nadie se anima a desatascar con decisión política. La crónica, vista desde fuera, es la de una localidad rehén de una guerra que no ha declarado: la batalla por el relato del agua en Lanzarote. Mientras se decide quién gana esa guerra, Haría sigue perdiendo siempre lo mismo: presión en el grifo y paciencia en la calle.