Paga Canarias, suena Castilla: ¡qué les gustan las zzzzz y ccccc a nuestros políticos!
S.Calleja
El Día de Canarias ya quedó lejos y, con él, los fingidos políticos de Lanzarote “disfrazados” de canarios. ¡Oh, cuánto quiero a mi tierra! Hace dos meses podíamos ver incluso a alguno de los nuestros vestidito de aborigen… En fin, voy a intentar explicar el porqué de esto.
El respeto total hacia las voces de la Península es evidente. Son de calidad, profesionales y, en muchas ocasiones, excepcionales. No obstante, ¿por qué los anuncios institucionales financiados por nuestros municipios y por el Cabildo de Lanzarote suenan, en muchas ocasiones, tan distantes? No me refiero a una cuestión estética, sino a la coherencia con la normativa y con el sentido común del espectador cuando se mencionan entidades como el “Cabildo de Lanzarote” o “Ayuntamiento de Teguise, Yaiza, etc.”. Esto no se trata de una disputa sobre acentos, sino de un asunto de carácter institucional. Según el Estatuto de Autonomía, las particularidades del español hablado en Canarias son consideradas patrimonio cultural. La Ley de Patrimonio Cultural abarca, en lo inmaterial, los usos y variantes lingüísticas propias de las comunidades. En resumen, nuestra forma de expresarnos no es un simple adorno, sino una responsabilidad pública. Si la Comunidad Autónoma regula la publicidad, también puede y debe velar por que la publicidad institucional refleje la identidad del lugar que sufraga los costes.
La excusa comúnmente utilizada es conocida: “Se requiere una locución neutra para ferias internacionales”. Pero ¿neutra para quién? Neutro no implica ser peninsular. En el sector turístico promocionamos la diversidad; la voz es parte integral del producto, al igual que las imágenes de lugares emblemáticos.
El de Nueva York no suena como el de Los Ángeles ni el de Madeira como el de Grândola . Canarias debería sonar a Canarias y no como al País Vasco , Navarra , Madrid , Valladolid o Sevilla.
Otro argumento recurrente es: “La agencia utiliza sus voces habituales”, esto lo dicen los más vagos e insensibles con el tema, créanme. Esto puede ser adecuado para la agencia, pero resulta una negligencia costosa para una entidad pública. La solución no requiere grandes gestas ni decretos solemnes. Basta con incluir en los contratos una cláusula sencilla: la versión principal de cada campaña institucional debe ser narrada por una voz canaria profesional. Posteriormente, si es necesario, se añade una versión internacional en inglés, alemán o francés. Para evitar excusas, se puede establecer un registro público de voces locales —transparente y accesible—, junto con una guía de estilo auditivo que fije el tono, la pronunciación y la música por islas. En caso de que alguna campaña decida prescindir de la voz canaria, deberá justificarlo por escrito. Tan simple como eso. Al tener que justificar cualquier excepción, la norma quedará claramente establecida.
Independientemente del partido en el poder, la situación es la misma: unos optan por un enfoque cosmético moderno; otros, por complejo. Y en el caso de los nacionalistas, la paradoja: lucir la bandera en la solapa y, al mismo tiempo, externalizar la voz. Si la institución es la anunciante, su voz también lo es. Formar parte de Canarias implica, entre otras cosas, sonar a Canarias.
Este tema no va de preservar la pureza, sino de cumplir con la legalidad y ser eficaces. Si la normativa te insta a proteger una forma específica de expresión lingüística y tú la ocultas en los anuncios públicos, vas contra el espíritu de la norma y, de propina, pierdes identidad de marca. La experiencia en radio y televisión aquí lo demuestra: cuando se emplea una locución canaria segura y bien realizada, el oyente se siente en casa. Y casa es lealtad.
Se pide algo sencillo y razonable: autenticidad. Cuando comience el nuevo curso político en septiembre, sería apropiado que tanto el Cabildo como los ayuntamientos den instrucciones claras a sus equipos: las campañas institucionales de Canarias deben sonar a Canarias. No se trata de ser más o menos nacionalista, sino de saber quiénes somos y no disculparnos por ello cada vez que abrimos el micrófono. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Y si no es a través de nuestra voz —lo más propio que tenemos—, ¿dónde más se reflejará?
Y si a algún acomplejado le chirría, que se quite el complejo o deje el micrófono.