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Cuando mil quinientos valen por noventa mil: la guerra de cifras del 18-M

Pejeverde

Nadie se puso de acuerdo ni siquiera para contar las pancartas. Delegación del Gobierno habló de 23 000 personas en todo el archipiélago; El País lo resumió en un pudoroso “miles”; en Arrecife, La Voz de Lanzarote redondeó la mañana en unas dos mil almas y Lancelot Digital la rebajó a mil quinientas “y gracias” Que fueran quince mil, cinco mil o apenas un millar es lo de menos: el 18-M se libra en otro tablero y las calculadoras de cada cabecera confirman que discutimos más sobre el volumen del altavoz que sobre la melodía que suena.

Porque la melodía es cabezuda. Canarias cerró 2024 con 17,7 millones de visitantes—máximo histórico—y lleva 21 meses seguidos recibiendo más de un millón de turistas extranjeros al mes. Ese éxito macroeconómico convive con alquileres imposibles, colas en Urgencias y barrios de Lanzarote donde el metro cuadrado vale más que la memoria familiar. Quien marchó ayer domingo no reclamaba echar al turista, sino renegociar un contrato social que hoy reparte beneficios con precisión.

 

Pero tras la pancarta se arremolinan también los buitres de partido. Diputados con la pegatina aún fresca de la última campaña se subieron a Facebook como quien se acopla a la joroba  de un camello en Timanfaya; unos denunciaron “turismofobia” y otros presumieron de liderar una revuelta popular que, en realidad, les desbordaba. Las cifras entonces se convirtieron en arma: quien necesitaba épica hinchó el globo hasta los 90 000; quien apostaba por el inmovilismo lo desinfló hasta dejarlo en un globito de feria. Que la protesta no igualara la antigua marcha contra el petróleo de hace muchos años ya, fue motivo suficiente para que ciertas tertulias decretaran su irrelevancia.

Sin embargo, las tripas de la economía insular ofrecen menos margen para el sarcasmo: el turismo ya ronda el 37 % del PIB canario y alimenta a más de un tercio de la fuerza laboral. En Lanzarote, donde recibimos más de treinta visitantes por cada residente, la dependencia es casi orgánica: cada sombrilla que se clava en la playa paga parte de la hipoteca en Argana. Moratoria, ecotasa o ley de residencia son ideas que suenan bien en una pancarta, pero detrás exigen un plan B que mantenga el motor encendido sin quemar el depósito.

Así que el verdadero debate no cabe en el recuento policial ni en la aritmética creativa de las organizaciones. Cabe en diseñar un modelo que ponga tope al exceso sin poner candado al pan. Si no despejamos esa ecuación, seguiremos donde estamos: cada cual pesando la manifestación con su propia báscula mientras el turismo mide nuestro futuro en toneladas de equipaje. Y el día que ya no queden maletas sobre la cinta, tal vez descubramos que la cinta también nos llevaba a nosotros.

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