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San Isidro en Lanzarote: por los que siembran mientras otros fotografían la parra

Por Sergio Calleja

No sabes lo que es trabajar el campo en Lanzarote hasta que lo intentas. Ni con lecturas, ni con intuición, ni con vídeos  en YouTube. Lo sabes cuando el viento te roba la pala, cuando el rofe se cuela en los zapatos y arde bajo los pies. Lo sabes cuando colocas piedra seca —una, otra, otra más— no por estética, sino porque si no lo haces, lo que sembraste desaparece.

Yo lo intenté. No por romanticismo, sino por convicción. Porque creí, como tantos, que bastaban las ganas. Que uno podía comprar unas semillas, ponerse unas botas, leer dos artículos sobre agroecología y echar a andar. Error. En Lanzarote, el campo no es un pasatiempo: es una prueba. La tierra no concede ni una ventaja. Es dura, exigente, imprevisible. Y a cambio, si acaso, te ofrece un poco de uva, algo de papa, la sospecha de una batata.

 

Lanzarote no hay casi lluvia. El agua llega desalada, cara y cuando llega. O se recoge del sereno de la noche. El sol no acaricia: abrasa. El viento no refresca: arranca. El jable parece amigo, pero es una trampa para quien no lo conoce. Aquí se siembra a ciegas y se cosecha con fe.

Y, sin embargo, hay quienes lo hacen. Cada día. Gente que no sale en las campañas de turismo . Hombres que conocen el cielo por los callos y mujeres que entienden la tierra por la espalda. Agricultores que aún bajan al terrenito sabiendo que nadie les garantiza nada. Pero van. Porque la tierra, si no se trabaja, se muere. Y con ella, una parte de la isla.

Hoy es San Isidro Labrador, patrón del campo. La fecha invita a misa, a romería, a parranda. Pero convendría también un silencio. Un gesto de reconocimiento hacia quienes siguen cuidando la tierra en la que otros solo pisan para la foto. Una felicitación —seca, sin aspavientos— a los hombres y mujeres que aún entienden el campo como un deber cívico, no como una postal.

 

La Asociación de Amigos del Vino y Queso de Lanzarote organiza este domingo un encuentro en El Raso. No es un brindis. Es una reafirmación. La confirmación de que la cultura agrícola todavía respira en la isla, aunque con dificultad. Una cultura que no pide homenajes, sino respeto. Que no exige admiración, sino compromiso.

Yo no lo logré. Intenté ser agricultor. Y fallé. No por falta de voluntad, sino por falta de sabiduría (lo seguiré intentando). Esto no va de querer, va de saber. Saber cuándo plantar. Saber cómo capear el viento. Saber callar y observar. Saber que sin tierra, no hay nada. Sin tierra, no hay isla. Sin quienes la trabajan, no hay futuro.

 

Así que hoy, en San Isidro, felicidades. Pero de verdad. A los que siguen bajando a la finca. A los que no presumen. A los que cultivan mientras otros se fotografían. A los que aguantan, sin ruido.

Porque sin ellos, Lanzarote no sería más que lava y hoteles.

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