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PERIODISTAS CON DOS PIEZAS DE HIELO. OPINIÓN. GUIILERMO URUÑUELA

PERIODISTA GUILLERMO URUÑUELA

El otro día quedamos para charlar de nuestras cosas. Nos gusta debatir y nos enriquece el diálogo mutuamente. En realidad, nos encanta hablar; eso es todo. Familia, trabajo, hijos, juergas y fútbol creo que son los temas estrella. Como podrán advertir somos tipos simples que tampoco necesitan ir más allá. El dinero, los negocios, Youtube, Instagram y lo que ahora manda nos la trae un poco floja.  Con perdón.

 

En esa gama temática, una de las cuestiones se centró en nuestra profesión y valoramos el punto en el que se encuentra. Terminada la comida, decidimos cambiar la taza de café por el vaso de sidra porque la cosa se puso peliaguda. En cierta manera nos autocompadecimos y con algo de tristeza oteamos el horizonte. Sin embargo apareció un momento lúcido de valoración personal y coincidimos en la importancia de nuestro cometido.

 

La figura del periodista se ha ido hundiendo y perdiendo en lo más profundo de un océano demasiado extenso. Las redes sociales han dado la oportunidad de hablar, opinar, escribir o grabar a todo el mundo. Muchos se han convertido en redactores, locutores o cámaras por momentos, llegando antes a la noticia que los propios profesionales. Eso es así. Es una lucha que no tiene sentido afrontar porque no hay posibilidad de victoria. Incluso, nosotros, los que vivimos de contar lo que ocurre a la gente hemos tenido que cambiar la forma de operar para no quedarnos atrás, conjugando la inmediatez con la sensatez; actuando de filtros renales a cada minuto. Es una adaptación agresiva en una selva con demasiada maleza.

 

Pero regresemos a las copas. Él, que es más viejo que yo, cuenta con una visión más amplia del asunto y por eso escucho más que hablo. Oye, esto del periodismo se va a ir al carajo con tanto tráfico en internet, le comenté. Pues no sabría qué decirte, me respondió. Tendremos que seguir evolucionando de la mano de las nuevas tecnologías pero los buenos profesionales se mantendrán. Son necesarios, sentenció. Pero, macho, hoy todo se rige por las visitas y lo que vende, normalmente, suelen ser las gilipolleces, reflexioné. Sí, pero fíjate –en ese momento señaló con su dedo desde la terraza a los transeúntes- en plena pandemia, los servicios esenciales sacaron al país adelante y las redacciones no cerraron. Nosotros continuamos  bregando para que toda esa gente, en sus casas, pudiera saber qué ocurría fuera de aquellas cuatro paredes. Tuvimos una importancia vital en el desarrollo de la historia moderna; eso siempre ha sido así y seguirá de la misma manera.

 

Fue tan firme en su aseveración que me quedé en silencio sin decir nada. Poco podía añadir y sentí orgullo por la parte que mínimamente me correspondía en todo aquello.

 

Luego se levantó y se dirigió al interior de su casa. Cuando estaba dándome la espalda le comenté: Sí, tienes toda la razón, pero qué mal pagado está en comparación con otras profesiones mucho menos influyentes…

 

Sin mirarme, se puso la chaqueta y me contestó. Echa el freno que voy corriendo al súper de abajo porque para eso, joven amigo, vamos a necesitar más hielo.

 
 
 
 
 
 
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